La oscuridad se había cernido sobre la imponente mansión, como un manto opresivo, mientras Katrine, sentada en el amplio sofá de la sala, miraba la nada, con una taza de té entre las manos, intentando relajarse. Sin embargo, era en vano. La ansiedad parecía no querer remitir. Por el contrario, era como si, con cada segundo, se aferrara a su pecho con más fuerza.
Los últimos días habían sido una tormenta constante de pensamientos oscuros y preocupación. Intentaba mantenerse firme, sobre todo por Sofie. No quería que ella perdiera el enfoque de su tratamiento ni que la tensión la afectara, pero el simple hecho de no saber dónde estaba Ole hacía que cada segundo fuera una agonía.
El comisario que había llevado su caso desde que denunció a Ole la mantenía informada de los avances, pero estos eran prácticamente inexistentes. Ole estaba desaparecido, como si hubiera borrado su rastro del mundo. Esa incertidumbre la carcomía por dentro. Apenas podía dormir por las noches, y durante el día,