Un momento después, Katrine abrió los ojos con lentitud, sintiendo su cuerpo completamente pesado, casi como si hubiera sido atropellada. El dolor punzante en su cabeza era tan agudo que incluso la tenue luz de la habitación le resultaba insoportable. Al intentar moverse, sintió cómo su estómago se revolvía, justo antes de que una punzada le arrancara un gemido.
Instintivamente, se llevó una mano al estómago y otra a la frente, donde descansaba un paño húmedo que se sentía como una caricia en medio del caos. Poco a poco, sus ojos se acostumbraron al entorno, hasta que finalmente reconoció dónde estaba: era su antigua habitación, la misma que había ocupado durante su tiempo en la villa Lund. De inmediato, la nostalgia y el dolor se apoderaron de su pecho, una vez más, haciendo que se le formara un nudo en la garganta.
—Nena, ¿cómo te sientes? —preguntó Sofie, cuya presencia había pasado desapercibida. Se inclinó ligeramente hacia ella, con una expresión de pura preocupación, aunque sus