Narrador
Derek caminaba de un lado a otro dentro de la residencia, con el corazón latiéndole con fuerza y la mente hecha un torbellino. No sabía qué hacer ni qué pensar. La angustia lo estaba consumiendo. En un arranque de desesperación, pidió a uno de los guardias acceso a las cámaras internas. Él no tenía cámaras frontales ni exteriores, solo las del salón principal, aquellas que instaló para vigilar a sus hijos después de haber cambiado tantas niñeras en el pasado.
Fue entonces cuando lo vio. En la pantalla apareció un hombre desconocido, vestido como repartidor. Había dejado una caja en la entrada, pero Derek recordó con claridad que no había pedido ningún tipo de carga ese día. Su respiración se cortó cuando observó cómo Milena, confiada, salió a seguramente a firmar. En ese instante, alguien la metio al auto con fuerzas y el supuesto repartidor subió y el vehículo arrancó de inmediato. Derek apenas alcanzó a distinguir la placa, pero eso fue suficiente para anotarla con mano tem