Liz se le llenan los ojos de lágrimas al ver los pendientes favoritos que su madre adoraba usar. Esto le trae hermosos recuerdos de los momentos que pasaron juntas. Liz no puede ocultar la emoción. Luiza rápidamente toma un pañuelo para que se seque las lágrimas antes de que corran por su rostro y estropeen el maquillaje. Luiza abanica sus propios ojos con las manos para secar las lágrimas, porque tampoco quiere arruinar su maquillaje.

—Para, tonta. Vas a hacerme llorar a mí también de esta manera. Sabes muy bien que soy débil para estas cosas. Si veo a alguien llorando, lloro también. A veces ni siquiera tengo motivos para llorar, y ya estoy llorando. Imagina ahora, entonces. Respira hondo, ponte los pendientes, que estoy segura de que te verás preciosa. —Liz se pone los pendientes y se dirige al espejo del armario de Luiza, con Luiza detrás de ella, sosteniéndola por los hombros.

—¡Vaya, hermana! Realmente te pareces mucho a nuestra madre. Hasta parece ella vestida así. Ahora siento