Alex
Estaba de pie en medio de la sala, con la mandíbula apretada, intentando ignorar el dolor en mis sienes.
Valeria puso los ojos en blanco, revisó su manicura recién hecha y soltó su declaración, hablando como si fuera lo más lógico del mundo. —Consigue una empleada o deja que Renata cocine. Tengo una cita.
La miré fijamente. —¿De verdad? ¿Crees que esa es una solución?
Ella bufó, haciendo un gesto dramático con la mano. —¿Sabes cuánto me costó hacerme estas uñas? No puedo arruinarlas en una cocina por culpa de un arroz quemado.
—Eliza lo hacía todo —dije en voz baja—. Cocinaba, limpiaba, lavaba la ropa... hasta la tuya a veces. Y nunca la escuché quejarse.
Valeria giró la cabeza hacia mí de inmediato.
—¿Te refieres a la misma Eliza que insultabas a diario? ¿La que engañaste y humillaste hasta que firmó esos papeles de divorcio que estabas tan ansioso de darle? ¿Esa Eliza?
—No seas iluso, Alex. Querías deshacerte de ella, y ahora que se fue, no actúes como si hubieras perdido una