Sira

Estaba cansada. Exhausta, de verdad.

Lo único que quería al llegar a casa era quitarme el brasier, darme un baño, tomar una copa de vino y no escuchar otra voz humana en doce horas seguidas.

Así que pueden imaginar mi sorpresa cuando abrí la puerta principal… y sentí un empujón por detrás que me hizo creer que estaba en una película sobre crímenes.

Tropecé hacia adelante, apenas logré sostenerme en la pared.

—¿Qué demonios...?

Antes de que pudiera voltearme por completo, ya sabía quién era. No necesitaba ver su rostro para reconocer esa energía pesada y posesiva que inundaba mi espacio como si fuera dueño de él.

—Jack —bufé, girándome bruscamente—. ¿Qué crees que estás haciendo?

—Tenía que verte —respondió, con los ojos oscuros e intensos—. Has estado ignorando mis llamadas.

Lucía exactamente igual que aquella noche en el bar: alto, confiado y con ese toque justo de peligro.

—Es porque no quería hablar contigo —repliqué, cerrando la puerta de un portazo antes de que los vecinos se