Eliza

Ni siquiera sabía cómo respirar. ¿Luciano hablaba en serio? ¿Realmente quería decir lo que yo creía que estaba diciendo?

Él me ofrecía traer a mi hijo, Andrés, a nuestro hogar, a nuestra vida, a este nuevo, extraño y hermoso capítulo que todavía no comprendía del todo.

Parpadeé, intentando armar sus palabras en mi mente como un rompecabezas roto. ¿Cómo podía estar tan dispuesto? ¿Tan abierto? ¿Ser tan... bueno?

Ningún hombre había hecho algo así por mí, ni siquiera el padre de Andrés me había apoyado con esa determinación suave. Y ahí estaba Luciano, un hombre que no me debía nada, que se casó conmigo en circunstancias poco convencionales, ofreciéndome algo que jamás me habría atrevido a pedir en voz alta.

Pero no podía aceptarlo, simplemente no podía.

Bajé la mirada, respondiendo con una voz suave y un poco amarga. —No vale la pena, Luciano. No te preocupes.

Él inclinó la cabeza, con la preocupación marcada en cada línea de su rostro. —¿Por qué dices eso? Se nota que te importa.