Eliza
Simplemente, no podía procesar las palabras.
—¿Tu... hijastro? —Pregunté de nuevo, aunque mis oídos lo habían captado perfectamente la primera vez.
Sira se encogió de hombros, con ese gesto que haces cuando admites haber tomado prestado un lápiz labial sin permiso y esperas que no te armen un escándalo. Pero eso no aplicaba cuando lo que había dicho equivalía a soltar un escándalo entero en medio del mercado.
—Sí, técnicamente —respondió, con la calma de un pepino sumergido en atrevimiento—. Es hijo de mi difunto esposo. Realmente, no hablamos hasta después del funeral. Y una cosa llevó a la otra...
Casi dejé caer mi bolso. —Sira, eso no es “una cosa.” ¡Es toda una maldita novela! Pasaste de viuda a madrastra malvada en menos de un año.
Ella resopló. —Por favor, él es cinco años mayor que yo, y mi esposo tenía prácticamente un siglo. Además, no es que lo haya criado ni nada por el estilo.
La miré fijamente. —Sira, literalmente acabas de acostarte con el hijo de tu difunto esposo