5 ¡Cruel tirano!

Esa mañana, Audrey se había levantado muy temprano, se vistió con algo que pensó que la haría ver profesional, y se apresuró a tomar sus documentos antes de salir.

— ¿No tomarás tu desayuno? — Loretta gritó desde la cocina de donde venía un dulce aroma a panqueques.

— ¡Comeré cuando regrese, no quiero llegar tarde! — Audrey dijo desde la puerta, cerrando tras de sí.

— ¡Genial! ¿Y ahora quién se va a comer todo esto? — Loretta refunfuñó para sí misma, mirando la torre sobre el plato y encogiéndose de hombros.

La rubia aceleró el paso, y aunque no estaba lejos, decidió que era mejor llegar temprano y esperar, a que la tomaran por impuntual en su primera impresión.

Abrazó el folder con sus documentos contra su pecho, inspirando profundo para calmar los nervios, y repasó en su mente algunas cosas que había preparado sobre las razones por las cuales deberían contratarla mientras acariciaba sin pensar la medalla de San Judas Tadeo, rogando internamente en que pudieran tomarla seriamente en cuenta para el trabajo, así como poder tener la oportunidad de ver al Doctor Evans y agradecerle entregándole su medalla, que hasta ahora, tal y como él le había dicho, no la había abandonado.

Estaba ilusionada, y recordaba las palabras de su profesor cuando le sugirió presentarse como candidata de enfermería en el Memorial Hermann Heart & Vascular Institute, uno de los centros especializados en cirugía cardiovascular de Houston, y el lugar en donde literalmente ella había vuelto a nacer.

— ¿Señorita Audrey Adkins? — La secretaria la llamó por su nombre revisando en una agenda de notas y levantó la mirada tras las gafas.

— Aquí — Levantando la mano.

— Venga conmigo, el jefe de recursos humanos la verá de inmediato.

Audrey inspiró profundamente y se levantó de la silla aferrándose con fuerza al folder lleno de papeles. El hombre de cabello cano levantó la vista de su escritorio en donde apuntaba algo y le hizo señas a la secretaroa para que los dejara solos.

— Buenos días, señorita Adkins, he revisado su expediente y me sorprenden sus calificaciones universitarias.

— Muchas gracias.

— Veo que se ha preocupado por hacer capacitaciones en distintas áreas, y que bien podría asistir en distintos servicios médicos de cualquier hospital, pero que se inclina por cardiología.

— Sí, he asistido a diferentes capacitaciones del área, y…

— Sin embargo… — El hombre la interrumpió — No tiene ninguna experiencia laboral más allá de las prácticas profesionales — Agudizó de forma más bien cortante.

Audrey tragó grueso, ¡Si ese era un problema y solo estaban interesados en enfermeras con trayectoria, sus ilusiones de trabajar allí se irían rápidamente por el caño!

— Señor, si usted me da la oportunidad, yo le juro que no lo defraudaré, soy entregada en lo que hago, sigo instrucciones y me gusta trabajar en equipo — La rubia se apresuró a decir, intentando convencer al hombre de sus capacidades.

— ¿Por qué debería contratarla? — él Lanzó acribillándola con la pregunta.

— ¿Qué?

— Deme una buena razón para que considere darle el puesto, tengo una pila de hojas de vida ahí — Dijo señalando una mesita con una montaña de papeles — Deme una razón para escogerla a usted y no a una enfermera calificada con años de experiencia.

Audrey se limpió el sudor de las manos en su pantalón caqui, devanándose los sesos mientras encontraba una buena respuesta. De pronto, algo llegó a su cabeza tan claro como la luz del mediodía. Levantó la barbilla y contestó:

— Porque soy una sobreviviente.

— ¿Cómo dice?

— Estaba desahuciada, y en este hospital se me brindó una nueva oportunidad de vida, y me gustaría poder dar a otros de lo que recibí, es una especie de agradecimiento con esta Institución, y con mis padres por su esfuerzo invertido en mí.

El hombre se echó para atrás y se reclinó en el espaldar de su asiento mientras se rascaba el mentón. La miró por espacio de un largo minuto antes de volver a hablar.

— La llamaremos, señorita Adkins, muchas gracias por venir.

Audrey salió de oficina sin saber si había logrado convencer lo suficiente al jefe de Recursos Humanos de darle la oportunidad de probar su valía como profesional de la enfermería.

Atravesó el piso con la mirada baja y la mente dando vueltas, mientras repasaba cada momento de la entrevista y se preguntaba si hubiera podido hacerlo mejor.

Inspiró profundo, y  sacudió la cabeza para sacar las preocupaciones de su mente mientras pensaba que debería aprovechar la oportunidad para buscar al Doctor Connor y conversar un minuto con él, en esto cavilaba cuando de pronto impactó contra el pecho firme de un hombre que venía en sentido contrario por el pasillo.

Audrey ni siquiera levantó la mirada, su atención estuvo en el suelo en donde estaban regados por todas partes los documentos de su folder y los que él traía en las manos.

— ¡Lo siento! — Dejó salir avergonzada y se inclinó a recoger los papeles que en ese momento eran un lío mezclado.

Las manos de él recogían con rapidez y organizaban a medias, mientras soltaba una maldición por lo bajo, haciendo que ella levantara la vista al reconocer la voz del cardiólogo.

— ¡Carajo!

— ¿Doctor Connor? — Ahí lo tenía de nuevo, era la oportunidad para decirle todo lo que había planeado desde hacía meses.

La mirada gris de Connor Evans pareció atravesarla por completo, como si ella fuera una especie de trago amargo en su camino, y como si ya no fuera el mismo Connor Evans que había sido tan amable con ella antes de su cirugía, dejándola totalmente desconcertada.

Audrey se llevó la mano al pecho de forma instintiva y él lo notó tensándose como la cuerda de un violín, haciendo que Audrey se sintiera por primera vez intimidada por el hombre a quien le debía tanto.

— No lo vi después de mi cirugía… — La dulce voz de la chica resonó en las entrañas del cirujano como un estruendo arrebatador de cual necesitaba escapar.

— Me fui de permiso — Contestó cortante bajando la vista de nuevo a los papales mientras sentía como la presencia de Audrey le quemaba las entrañas de una forma tortuosa.

— Yo vine a buscarlo varias veces… y…

— ¡Me fui de permiso! — Repitió en automático de forma grosera mientras tomaba del suelo lo que podía, y se levantaba como un resorte para atravesar el pasillo de tres zancadas, desapareciendo de la vista de Audrey.

La chica se quedó de rodillas en el suelo con los papeles en la mano, clavando su mirada en la espalda de Connor.

Un escalofrío recorrió la espina dorsal de Audrey, mientras a su cabeza llegaban un sin fin de posibles razones por las cuales el hombre parecía odiarla, sin embargo, ninguna la convenció por completo, nada parecía tener sentido.

Se levantó, guardando con cuidado los documentos, y notó que, en medio del reguero de papeles, ella se había quedado con algunos de Connor.

Revisó y vio que eran estudios de un paciente, y por lo agitado que lo había visto, dedujo que los necesitaría de inmediato, no había tiempo para regresar después a entregarselos, debía ser ahora.

La idea de tener que ir a buscarlo después de su tenso momento la puso nerviosa, pero debía hacer lo correcto.

Continuó por el pasillo en busca del galeno, revisando cada habitación y preguntando al personal si lo habían visto hasta que escuchó la voz de Connor.

— Te juro que lo tenía aquí hace un minuto — Dijo en tono molesto — ¡Esa chica!, ¡Se los ha llevado!

— Con permiso — Audrey se asomó tímidamente a la habitación en donde Connor, otro médico y un paciente tenían una tensa conversación — Doctor Connor, creo que esto es suyo…

La joven dijo extendiendo los documentos faltantes del archivo del enfermo.

El rostro de Connor se transformó de inmediato, tornándose casi agresivo ante la presencia de Audrey y caminó hacia ella, arrebatándole los papeles de la mano.

— Doctor, quería que supiera que le estoy muy agradecida por todo, y que si hay algo en lo que lo haya ofendido, yo…

— ¿Por qué insistes en acercarte a mí?

— No entiendo… como le dije, quiero agradecerle…

— Será mejor que te vayas, no debes estar aquí — Le dijo en tono cortante y altanero sin darle espacio a la chica para que se quitara la cadena de San Judas para devolvérsela — Vamos ¡Fuera!

Le dijo cerrándole la puerta en la cara. Audrey sintió como las lágrimas inundaban su rostro, el hombre que había sido una especie de héroe para ella ahora se había convertido en un cruel tirano.

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