3 ¡Dime que no fue su corazón!

Las palabras del Teniente Hunter golpearon a Connor como un tren en movimiento.  El hombre sacudió la cabeza y se le quedó mirando por espacio de unos segundos como reconectando su cabeza para poder comprender.

Era como si su mundo se estuviera desmoronando por completo, como si fuera completamente irreal, como si el protagonista de la desgracias fuera alguien más, y no él.

— ¿Qué le pasó a Rachel? — Soltó de golpe haciendo que Loretta se estremeciera.

— ¡Connor!

El cardiólogo se giró al escuchar su nombre, uno de sus colegas se acercó a él corriendo.

— Connor, intenté decírtelo esta mañana, pero estabas en cirugía…

— ¿Dónde está? — Preguntó angustiado.

— Escúchame por favor…

— ¡Maldición, Sanders! ¿Dónde está? — Gritó desesperado.

— Ella fue traída a este mismo hospital… — Hunter dijo.

Pero antes de que el policía terminara la frase, Connor ya había comenzado a correr hacia al ala de urgencias.

Connor escuchaba el sonido de su pecho golpear sus costillas y su respiración se aceleraba a medida que se desplazaba por los pasillos y volaba por las escaleras desde cardiología hasta la planta baja del edificio a todo correr.

Estuvo a punto de lanzar al suelo a una anciana que se le atravesó en el camino con una andadera, y tiró al piso toda una charola de muestras del laboratorio que estaba sobre un carrito de enfermería.

Tras él corrió el doctor Sanders, y detrás de este el Teniente Hunter.

—¿Alguien sabe en donde está Rachel Evans? — Connor entró en urgencias gritando a todo pulmón, mientras escaneaba con la vista el lugar — ¡Rachel Evans! ¿Quién la atendió?

Un silencio sepulcral reinó en el lugar mientras las personas lo miraban con pena. ¿Por qué diablos nadie hablaba, por qué lo miraban de esa forma?

— ¡Maldita sea! ¡Alguien diga algo, carajo!

Sanders por fin lo alcanzó y disminuyó la marcha acercándose a él con cuidado mientras le ponía una mano en el hombro y recobraba el aliento.

— Connor, debes ser fuerte…

— Carajo, Sanders, ¡Habla de una vez!

— Tu esposa falleció.

— No, no, no, ¡No! — Connor Evans se llevó las manos a la cabeza sin dejar de negar el hecho de que su esposa ya no respiraba, mientras daba vueltas y caminaba de un lado a otro como una bestia enjaulada y herida.

— ¿Dónde está? Sanders, ¡Dime dónde! — Con los ojos desorbitados y totalmente fuera de sí mientras el otro médico negaba con la cabeza.

Las paredes comenzaron a darle vueltas y el suelo pareció hundirse bajo sus pies, mientras seguía caminando en automático con la mirada nublada directo hacia la morgue, sin dejar de balbucear el nombre de su amada esposa.

— Rachel… amor, Rachel…

Sanders no se despegó de él ni un solo minuto, y tampoco el Teniente Hunter, que tenía sus interrogantes acerca del accidente de la señora Evans y apuntaba todo lo que observaba en una libretita.

«La reacción del esposo ante la noticia fue de total sorpresa», apuntó con bolígrafo y guardó sus notas en el bolsillo sin quitarle los ojos de encima a Connor.

El pasillo parecía interminable, pero al final la puerta de la morgue pareció burlarse de los sentimientos de Connor, que hubo de detenerse frente a ella.

— Amigo, debes aceptarlo, ¡Debes ser fuerte!

— ¡No puedo, ella es todo lo que tengo en la vida! — Gimio adolorido.

— No, ¡No lo es!, no puedes hacerle esto a Oliver, ¡Él necesitará a su padre ahora más que nunca!

—Mi Oliver... ¿Y cómo diablos le digo a mi hijo de cuatro años que su madre ya no está?

— Con valor, Connor, reuniendo todo el valor que puedas… — Sanders tenía un nudo atorado en la garganta.

El tierno y angelical rostro del pequeño Oliver cruzó por la mente de su padre como un aguijón que atravesaba su pecho, nunca esperó tener que criar a su hijo solo, ni que el niño creciera sin su madre, era cruel para él, cruel en todas sus formas.

Connor alargó la mano y empujó la puerta, vio un cuerpo cubierto con una sábana y se acercó con lentitud, levantó un extremo y se quedó sin habla. Era como si el rostro blanco e inerte de Rachel estuviera dormido.

El impacto del accidente había sido brutal, pero el rostro de su amada aún lucía como si durmiera, como si en cualquier momento pudiera abrir sus hermosos ojos y ofrecerle una sonrrisa.

— Rachel… — Apenas logró musitar mientras sentía como miles de dagas atravesaban su pecho de lado a lado desangrándolo por completo, el suelo volvió a hundirse y Connor recostó la espalda a la pared deslizándose hasta el suelo mientras un llanto desgarrador salía de su pecho.

Un rostro familiar se asomó por la puerta y los tacones de una mujer se acercaron al hombre que lloraba en suelo hecho pedazos.

Sus brazos lo envolvieron por completo y Connor se abandonó en ellos sintiéndose totalmente deshecho.

— ¿La conoce? — el Teniente preguntó al Doctor Sanders en voz baja.

— Sí, es su cuñada, la hermana de Rachel.

— ¿Sabe su nombre?

— Es Bethany Collins.

Hunter sacó de nuevo la libretita y apuntó:

«La dama elegante es hermana de la occisa, parece muy cercana al esposo»

— Beth… ella se ha ido… ¡Se ha ido Beth!¡Me ha abandonado! 

— Estoy aquí yo, Connor, siempre estaré aquí para ti…

— ¡Esto es una m*****a pesadilla!

Connor lloró amargamente con profundo sentimiento durante horas perdiendo la nocion del tiempo, no se dio cuenta cuando oscureció, pero ninguno de los presentes se atrevió a dejarlo solo. Cuando por fin sintió algo de fuerzas, Sanders lo ayudó a levantarse y Bethany le ofreció un pañuelo.

Él se acercó de nuevo al cadáver de su mujer, y levantó un poco más la sábana.la observó por un momento y notó algo fuera de lo común. Frunció el ceño y miró a Sanders.

— ¿Ya hicieron la autopsia? ¿Quién la autorizó? — Preguntó al notar la incoherencia legal.

Bethany bajó la mirada y respondió.

— Fui yo, me dijeron que estabas en cirugía, sé que tu trabajo no es un juego, no era necesario poner en riesgo la vida de nadie más… — Dijo con voz suave.

— ¿Causa de la muerte? — Sintiendo las palabras más pesadas que nunca, había perdido la cuenta de cuantas veces hizo esa pregunta, pero esta vez le sonó distinto.

— Recibió múltiples traumatismos, pero llegó con vida a urgencias, sin embargo…

— ¿Entonces? ¿Qué pasó? — Preguntó con un nudo en la garganta.

— La tenían conectada a un respirador — Beth se apresuró a decir — Y de pronto todos corrían hacia ella y todo se volvió un caos y… — La mujer comenzó a llorar y su cuñado fue quien la abrazó ahora, mientras ella se aferraba con fuerza a sus fuertes brazos.

Sanders no explicó nada más, no había necesidad, pensó que, si su hermana no decía nada por el momento era mejor, no quería causarle más dolor a su amigo, ya lo hecho, hecho estaba.

El esposo tomó la esquina de la sábana y tras darle un beso en la frente al cadáver de su amada esposa cubrió su rostro sintiendo como el alma se le partía en dos con aquella última despedida.

— ¿Puedo hacer algo por ustedes? — Preguntó el médico forense que apenas entraba a su turno.

— ¿Cuándo pueden venir los de la funeraria por mi hermana? — Beth preguntó.

— ¿Quién es su hermana? ¿La donadora de órganos? ¿O la mujer del cáncer? — Preguntó de forma absolutamente impersonal, como un hombre que ya tenía tanto tiempo en ese oficio y que había dejado atrás la empatía del dolor ajeno hacía mucho.

— ¿Donadora? — Connor se detuvo en el acto.

El forense lo miró de arriba abajo ajeno a la relación del galeno con el frío cuerpo que descansaba sobre la mesa.

— Donadora de órganos, la mujer de ahí — Explicó señalando a Rachel — Donó hígado, riñones y corazón.

La noticia dejó a Connor sin aire y de nuevo las paredes quisieron aplastarlo.

— ¿Sanders…? — Tomando a su colega por el cuello de la camisa — Dime que no fue el de ella, Sanders, ¡Dime que no fue su corazón!

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