McKenzie es una hermosa chica que después de haber superado una terrible enfermedad a temprana edad, sufre una pérdida dolorosa que la obliga a cerrar su corazón y su vida. Solo con la compañía de sus computadoras, asegura que es feliz y que no necesita de nada más, pero pronto descubrirá que está equivocada, ya que el atractivo y enigmático empresario, Viktor Novikov, la contrata para trabajar con él y este provoca que todo su mundo cambie al conocerlo a través de una simple conversación en Skype. Ambos tienen heridas en su corazón que no han sanado por completo, ambos tienen temores que no les permiten dar un paso adelante para continuar con sus vidas en plenitud y permitirse amar sin miedo, ambos desean abrir la jaula del pasado a la que voluntariamente aceptaron entrar y cerrar con un cerrojo. ¿Será que lo consiguen? Por azares del destino o no, ellos se encontraron y se han abierto a la posibilidad de tener: Un corazón nuevo.
Leer másNo me conoces. No sabes quién soy, pero si miras alrededor, me verás. Soy la chica que nadie nota, la que pasa por tu vida sin ser vista, sin que merezca una segunda mirada y, así me gusta. Estudié ingeniería en sistemas computarizados y software avanzados y todo cuanto te puedas imaginar acerca del tema. Lo sé, soy un ratón de computadoras. Eso soy.
A mis veinticinco años, no puedo decir que tengo todo lo que he querido, pero no me quejo. Soy dueña de un piso en Manhattan, sin deudas universitarias, ni padres o hermanos que llegan de improvisto a visitar. Trabajo en ocasiones, no necesito de horarios, ni algo fijo.
Somos, yo, el teléfono móvil y mis computadoras y así me gusta, ni tan siquiera tengo la necesidad de salir de mi apartamento. No me gusta relacionarme en directo con la gente. Desde mi adolescencia tengo problemas para hacerlo y empeoró más desde que me detectaron la maldita cardiomiopatía hipertrófica.
En la universidad no hice amigos de ningún tipo, a pesar de tener una buena apariencia, según algunos; normal, según yo. No llamaba la atención masculina, excepto por mis ojos, que son de un tono lila o violeta, dependiendo de mi estado de ánimo, nada más destacado.
No pude practicar ningún deporte y, con la constante medicación, me sentía una vieja achacosa. Los profesores y viarios alumnos me apoyaron, pero con eso y todo, no logré adaptarme, mi sarcasmo y boca inteligente no me lo permitieron, nadie le gusta tener una sabionda de amiga y, enferma, mucho menos.
El teléfono suena y cortando la línea de mis pensamientos. Hago la primera llamada a uno de mis clientes.
—Buenos días, señor, Spencer, llamo para recordarle su cita a las nueve de la mañana, en el hotel Hilton con el señor Ichoo. Enseguida tiene la revisión de la obra a las tres de la tarde, le llamaré quince minutos antes de cada cita para que tenga presente los temas y puntos a tratar.
—Bueno días para ti también, McKenzie. Gracias, estaré esperando tus llamadas ¿Qué sería de mí, sin ti? —Y cuelga.
Vuelvo a mis pensamientos, soy una secretaria a distancia, las personas que me contratan y no esperan ver mi cara; solo necesitan a alguien temporal y eficiente que mantenga sus agendas al día. Allí es donde entro yo.
En su caos, les doy luz a sus asuntos. Hasta que logran conseguir a alguien que pueda sustituirme, o que los aguante, ya que mis clientes son por llamarlos de alguna manera, especiales, pagan bien, sin embargo, sus formas no son las mejores; tiranos, déspotas, obsesivos con su trabajo. Por algo están donde están.
Justo Ahora y de manera fija, llevo una agenda, la del señor Ron Spencer de Spencer ASD. Una firma de arquitectos con él a la cabeza y pocos socios. De cincuenta y cuatro años, es un hombre muy activo y algo difícil de carácter. Le gustan las cosas bien hechas y se mantiene a la vanguardia con la tecnología, por lo que prefiere que yo manejé su agenda en lugar de tener una secretaria de cuerpo presente.
Y el señor, Viktor Novikov, quien se incorpora a mi cartera de clientes hoy mismo. Es dueño de la empresa, Novikov Enterprise, Sin socios ni junta directiva, o sea a mi modo de ver es «El señor, soy dios y haces lo que quiero». No tengo problema con estos tipos, los manejo bien, pero éste en particular siento que me dará más de un dolor de cabeza. Es un presentimiento.
Subo los anteojos de pasta gruesa que se han resbalado por el tabique de mi nariz, se empeñan en deslizarse a cada segundo, sin ellos soy peor que un topo; y sigo leyendo el historial de Viktor. Suelo investigar a quién me contrata antes de aceptar el trabajo, y con él, era demasiado dinero para decir, no de inmediato.
Ahora que es mi cliente, y con la investigación, sé que es soltero, tiene treinta años, es de nacionalidad rusa, pero lleva diez años viviendo en Estados Unidos. Sin padres vivos, y con una hermana menor, Irina Novikov.
En su empresa, compra y vende de todo, desde casas, hasta barcos, pasando por aerolíneas. Todo de alta gama. Los adquiere, mejora y luego vende por un precio mucho mayor. ¡Claro está!
En las fotos que observo, siempre está solo o con algún empresario con el que mantiene relaciones laborales y, es… bastante atractivo, a decir verdad. Tiene la piel un poco bronceada, cabello negro, recortado a los lados y un poco más largo al frente, donde unos mechones rebeldes que caen en su frente.
Sus ojos tan oscuros como la noche cerrada sin luna, ni estrellas; nariz recta, sus labios están enmarcados en un rastrojo de barba, tan seductores como todo él; su mentón es cuadrado y no hay sonrisa, paso las demás fotografías y en ninguna hay un atisbo de sonrisa. Parece cargar el peso del mundo en sus hombros.
Reviso los contratos de sus empleados, y ya veo por qué tan elevado sueldo. ¡¿Veintitrés secretarias en nueve meses?! ¡Debe ser una broma! ¡Es absurdo! Por el reto, más que por la paga, espero aguantar aunque sea quince días en este trabajo. Me siento muy capaz de cumplir con el trabajo, aunque, es el horario lo que me molesta o la falta de él. «A cualquier hora, en cualquier momento», reza el contrato. Y como invocándolo, suena mi teléfono.
—Cambie mi cita de la diez a las cuatro de la tarde, busque información sobre, Ángelo Marconi y sus viñedos, todo en absoluto. Necesito el informe para mañana a primera hora. Según su currículo, es buena con las espero que no haya mentido en él. Asegúrese de cambiar mis citas y reserve una mesa en Le Mere a medio día, ¿está claro? —inquiere con tono tajante.
Como si pudiera decirle que no y pedir una réplica del exabrupto que acabo de escuchar del arrogante dios, con vos de barítono y marcado acento ruso.
—Sí, señor. —La línea queda abierta, como si estuviera esperando alguna otra respuesta, no por mi parte, sé hacer mi trabajo y tratar con esta clase de personas que no dan ni los buenos días. Después de dos minutos de silencio, pregunto—; ¿Alguna otra cosa que desee, señor Novikov? Nada, solo un leve suspiro y el rose de ropas me advierte que aún está en línea.
—Nada más, por ahora —Y corta, no hubo un; «hasta luego», no un; «gracias por todo», ni mucho menos «bienvenida al puesto», sin embargo, ese «por ahora», me hizo sentir un escalofrío que recorrió mi columna vertebral por completo.
Con la información que me proporcionaron de sus clientes, sus citas y tarjetas de crédito, hice lo que me pidió en veinte minutos, excepto, la investigación al italiano, esa la dejo para la noche. Lo llamo de vuelta y sujeto mis pantis antes de que descuelgue.
—Novikov. —contesta, seco, directo y seguro.
Con esa voz demandante uff. Controlate Mk.
—Sus citas fueron reprogramadas sin incidentes. La mesa está lista y esperando por usted y, la investigación se encuentra en marcha. ¿Desea que haga algo más? —Mi pregunta sale con un tono más bajo por culpa de las odiosas imágenes que se presentan en mi cabeza de este dios enviándome al sacrificio desde su amplia oficina.
Al igual que yo, él se queda mudo, solo su respiración me hace saber que aún sigue al teléfono.
—¿Señor, Novikov?
—Recuérdame tú nombre... —exige, sin un; «por favor», sin ser una pregunta, suena diferente en esta ocasión.
—McKenzie Karlson, señor.
—Bien, te enviaré por correo una lista de pendientes, espero resultados rápidos y sin excusas.
—Por supuesto, señor… —No termino de responder cuando se corta la comunicación.
En los próximos treinta minutos, una avalancha de correos invade mis pantallas, un sin fin de órdenes y quehaceres tan locos y absurdos que me dejan descolocada por un momento, desde la compra de su despensa, hasta pagar el salario al personal de servicio. Se supone debe de tener un administrador que se dedique a estas cosas, ¿no? En fin, igual termino las tareas más urgentes y dejo para después las menos importantes.
Hice las llamadas al señor Spencer a las horas acordadas, la última era ya para cerrar el día y avisarle de sus citas mañana temprano. Él, amable conmigo, me da las buenas noches y cuelga. Suspiro al recordar que no siempre fue así, me lo gane a pulso.
En días como estos me pregunto; ¿para qué trabajas, McKenzie? En realidad, no lo necesito. Mis padres me dejaron bien acomodada, no tengo necesidades económicas. El apartamento donde estoy es mío desde hace dos años; tampoco tengo deudas que pagar y nadie depende de mí. Entonces recuerdo, la soledad y lo que mi madre siempre me decía; «el aburrimiento es mal consejero». Hace casi seis años que no están conmigo y todavía duele como si fuera ayer.
La empresa de papá aún la lleva el tío Adam, su mejor amigo; por eso mismo, no necesito trabajar, las ganancias de las acciones que dirige en Laboratorios Karlson. Nunca se ha devaluado, al contrario, en sus manos se multiplican cada año más y más. Pero ni todo el dinero del mundo, va a hacer que ese maldito día desaparezca. El accidente y lo que pasó después, nada lo borrará.
Llevo mi mano al pecho, a la cicatriz oculta debajo de mi tatuaje de un crisantemo de pompón rojo y varias mariposas volando sobre él, quise hacer algo lindo en homenaje al último regalo de mi madre. A ella le encantaban las mariposas. Mucho dolor para seguir esa línea de pensamiento.
Decido comenzar la investigación del dios Viktor. Son pasadas las dos de la mañana cuando el teléfono suena sobresaltándome.
—Señorita Karlson. —¡Es él! iba en serio lo de los horarios intempestivos, se le nota una cadencia en el tono de su voz, no sé si sea por cansancio o lleva unas copas de más.
—Sí, señor Novikov, ¿en qué puedo ayudarlo? —inquiero mitad molesta y mitad sorprendida.
—¿Tiene algún resultado sobre la investigación que le encargué esta mañana? —pregunta sin cambiar el tono.
—He avanzado, señor, sin embargo, sin concluición. A primera hora la tendrá en su correo.
—¡No! —exclama con fuerza. Quedo sorprendida ante su respuesta tajante.
—¿No? ¿Cómo qué no? ¿Ya no requiere la investigación?
—Por supuesto que la quiero, pero la quiero ya, justo ahora.
¡Dios! ¿No duerme?
—Cómo desee, señor. —Contesto resignada.Escucho un suspiro profundo al otro lado del auricular, el cual hace que el vello de mi nuca se erice—. En un momento le envío lo que tengo, solo faltan las conclusiones.
—Dígamelas ahora. —Siempre exigiendo, nunca un «por favor».
—Si así lo desea… No es viable la compra, hay que enviar una partida de ingenieros agrónomos para comprobar los suelos, un enólogo para que clasifique y evalúe las bodegas, la bodega lleva alrededor de cinco años perdiendo calidad en sus vinos, cada día van de mal en peor. Sería una inversión bastante cuantiosa para poder recuperar y tomaría más tiempo para poder vender.
—Así que no me recomiendas el negocio. —No es una pregunta, no obstante, respondo.
—No señor, pero es su decisión. Como le digo, sería una inversión cuantiosa de dinero y tiempo; estimo por lo menos de tres a cinco años para recuperar y vender, además la mitad de los terrenos están en un fideicomiso secreto, para mantener asegurados los viñedos de una posible venta.
—Y dígame, señorita Karlson, si es secreto, ¿cómo lo sabes? —pregunta en tono desconfiado y adulador que, con seguridad, le sirve para sacar los secretos a sus víctimas incautas.
—Es mi trabajo, señor. —digo sin caer en su juego.
—Qué bueno que estés de mi lado.
Después de estas casi palabras de simpatía, termina la comunicación, agotada por el día y la situación me voy a la cama.
Un año y siete meses después… Soy Viktor Novikov, tengo treinta y dos años y soy dueño de una fructífera empresa. Vivía para trabajar, no trabajaba para vivir. Perder a mis padres en un periodo corto de tiempo, hacerme cargo de mi hermana menor y sentir la traición de la mujer que, en aquel entonces, creí de manera errónea que sería la madre de mis hijos, me hizo ser quien era, un hombre desilusionado de la vida, que solo ocupaba un espacio en este mundo, sin ningún fin, ni propósito. La vida antes de ella era sombría y triste. Hasta que apareció, moi glaza fioletovyye[1], la única capaz de darle un propósito y un sentido a mi existir. Amarla y protégela por el resto de mis días. La única que me plantó los pies en la tierra y se atrevía a enfrentarme. Esa malen'kiy[2], de boca inteligente y respuestas rápidas. Quien pasó por un infierno, antes de poder rescatarla y dar
Las cosas después del secuestro no fueron fáciles, con Tatyana muerta y Petrov refundiéndose en la cárcel, no quisimos hablar de nuevo sobre el tema. «Todo comienzo es penoso» como decía mi mamá, adaptarme a la situación con el bebé y el hecho de trasladarme al apartamento de Viktor en Novikov Enterprise, no fue un camino de rosas.Mucho menos, si tomamos en cuenta a la loca de mi cuñada llenando una de las habitaciones con cuantas cosas de bebé veía a su paso. Después de que le dimos la noticia los dos juntos, estalló como bomba de confeti de la alegría y se tomó muy en serio el hecho de consentir al bebé desde antes de nacer.¡Dios, no quiero ni imaginar cuando esté entre nosotros!***Han pasado cinco meses desde que nos organizamos y dedo decir que Viktor, ha resultado ser un amor con respecto a mis
Estoy a salvo gracias a mi amor y justo en este momento alguien llama a la puerta y una enfermera entra. Es una abuela adorable con su cabello blanco y peinado en un moño apretado, con su reluciente uniforme.—Buenas noches, veo que la paciente despertó y usted, no nos notificó —riñe y con una mirada severa intenta reprender a Viktor—. Señor, Novikov, no debe estar en la cama de la paciente, podría interrumpir alguna de las vías intravenosas de la señorita. Es usted el peor acompañante que hemos tenido el disgusto de tener aquí.—Buenas noches, enfermera Rogers, como siempre es usted tan cálida; solo estaba disfrutando un momento con mi novia, ya le iba a informar. —Mi sonrisa de disculpa se planta en mi rostro al ver el intercambio entre estos dos.—¡Ya me iba a informar…! —Resopla sin creer ni un poco la excusa de Viktor—. H
Las horas y pasan sin pedir permiso, ni perdón y mi cuerpo dolorido exige un descanso, duermo cuando el sueño me vence y continúo sin saber nada. Calculo que ha pasado más de dios días sin embargo no puedo asegurarlo, y ninguno de los dos rusos me dice nada que no sean amenazas e insultos.Estoy medio dormida y un estruendo fuera de la puerta de donde me tienen confinada me despierta de manera abrupta.Me pongo alerta por si es alguna otra sorpresa, de pronto, alguien irrumpe en la habitación, es Alexey y parece desesperado, corre hasta mi posición, mientras afuera continua el caos, escucho cosas rompiéndose, incluso algunos disparos y hay personas que no logro distinguir bien, pasan una y otra vez frente a la puerta.El ruso corta las amarras que me mantienen cautiva en la silla, no así la mordaza que me impide preguntar qué es lo que sucede en el exterior, me agarra con fuer
Despierto y no sé dónde estoy ni qué hora es, mis brazos están entumecidos por la posición en la que me encuentro, ya que estoy amarrada a una silla con las manos en la espalda y mis pies están fijos a las patas de esta. Me han amordazado y no consigo ver bien el lugar sin mis lentes y porque hay una luz cegadora que lastima mis ojos.—¡Vaya! Al fin despiertas pequeña suka[1] —La voz de mujer se me hace familiar, pero siento una bruma que aturde mi cabeza y que aún no me deja dilucidar de quién se trata.—Alex, proshlo vremya pozvonit´Vitya[2]— habla la mujer con un tono seductor.Ha dicho todo eso en ruso y no logro entender nada. Mis sentidos poco a poco van aclarándose y por fin puedo distinguir quién es y, a decir verdad, no me sorprende.—Deja de hablar de ese maldito con tanta
Gracias a Dios, Viktor no le puso peros a mi excusa de ayer por no dejarlo ver el informe antes. Esta mañana cuando desperté, él ya se había ido, dejándome como siempre con su ausencia, un crisantemo y una nota.«Moye serdtse», te dejo con lo único a lo que no le tendré celos nunca, para que te haga compañía, sé que te gustan mis notas, por eso no pierdo oportunidad en dejarte cualquiera que pueda. En la mesita de noche te dejé las galletas saladas para tus náuseas y, por favor, dame una video llamada al despertar, sabes que para mí no amanece si no veo a «moi fioletovyye glaza»V.N.»Es tan dulce y considerado... después de asentar mi estómago con la galleta y de hacer una parada en el baño para mi ducha, con mi hermoso crisantemo rojo en la mano, me voy
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