Capítulo 3

Cuando la había mirado, de no haber sido por su inmenso control, le habría hecho el amor allí mismo, era una tentación. Se removió incómodo en el sillón y se quedó mirando por la ventana del estudio, a fuera todo estaba oscuro. Aquella mujer tenía una espesa mata de pelo rubio. Sin poder evitarlo, se imaginó lavándole el pelo. Se volvió a remover y tomó otro trago de whisky. Sin pensarlo, se pasó la punta del dedo sobre la copa.

Cerró los ojos y saboreó el momento. Una chica normal se había convertido en simplemente deseo. No era que estuviera excitado. Sin embargo, le estaba sucediendo algo que no comprendía con ella. En lugar de querer que fuera otra mujer, él decidió por su secretaria. Prefería estar cerca de ella, para poder vigilarla, era su secretaria y el fin de semana sería su prometida.

— ¿Puedo pasar?. —Steven se giró y vio entrar a Selene.

— Por supuesto, siéntese. Todavía nos quedan por hablar algunas cosas. —Selene entró al estudio. Aquel gesto inocente le encantó a Steven y se quedó mirándola como si fuera un lobo.

— Es la primera vez que me quedo fuera de casa. Claro, a veces he llegado tarde un poco pasada la media noche. —Selene estaba nerviosa. Steven se rio por la manera que ella decía las cosas. Le gustó porque ayudó a relajar el ambiente y a relajar también la terrible tensión que sentía por todo su cuerpo.

— Le diré a Rita que nos prepare la cena. —Selene se volvió y lo miró a los ojos.

— ¿Rita es su cocinera? Apenas hemos tenido ocasión de conocernos.

— Bueno, ella a usted sí, Rita es muy observadora. —contestó Steven más serio. Se hizo el silencio. Selene se puso en pie lentamente y fue hacia el ordenador portátil, que tenía en el estudio.

— ¿Necesita que lo ayude? Preguntó sonrojada.

— No, la jornada laboral ya ha concluido, además está aquí por otra cosa, si quiere puede tomar algo. —contestó Wolf indicándole el vaso de whisky y señalándole el bar.

— Sírvase algo. No creo que le venga mal. Selene, la puedo tutear, la puedo llamar así. —Selene miró dubitativa hacia el bar.

— No se preocupe, no se lo voy a echar en cara mañana. Yo también necesitaba beber algo. —dijo Wolf terminándose el vaso que tenía entre las manos y mirando de nuevo por la ventana. Selene se acercó a la barra y se sirvió una copa. Steven Wolf era un hombre extraño, pero quizá fuera por tener tanto dinero.

Aunque había algo en él que iba más allá del dinero, algo primario y visceral. Lo había visto en su mirada y en cómo estaba intranquilo, y se movía por todo él estudió. Lo hacía como si estuviera incómodo. Selene se sirvió un poco más de alcohol y se preguntó si la incomodidad sería contagiosa, porque ella se ponía nerviosa cada vez que sus miradas se encontraban. Que era lo que le atormentaba, porque quería mentirle a su familia, que le ocurría.

Selene había llegado un poco tarde a su casa. La cena que había preparado la señora Rita, había sido espectacular. Estaba a punto de levantarse cuando sonó el teléfono.  Se levantó, se estiró, tomó aire, tenía que atender la llamada, tal vez era su jefe para decirle algo. Pero en un momento a otro dejo de sonar. Al levantarse miro el sobre que había dejado en la mesita de noche, y entro en pánico, que había hecho, cuando su jefe le propuso aquella idea descabellada. Ahora tenía miedo, y muchas preguntas que hacer.

Todo había ocurrido tan rápidamente. En cuanto firmó el contrato de confidencialidad, recibió un sobre lleno de dinero, con ello pagaría sus deudas. Pero también le había dado una tarjeta de crédito, con una nota con instrucciones de comprarse ropa y prepararse para la primera «cita».

Después de eso, Steven se había despedido con una inclinación de cabeza y el hombre montaña la había acompañado hasta su casa en la limusina de su jefe. De no ser por el dinero que tenía en su mesita de noche, podría haber creído que todo aquello era un sueño. Le hubiera gustado que solo hubiera sido un sueño, pero se había metido de cabeza en la boca del lobo. En cualquier caso, había hecho lo que su jefe le había pedido.

Cuando Selene salió de su casa, fue a una boutique donde había pasado muchas veces sin atreverse a comprar nada, esa vez entro y se compró un hermoso vestido. Ya que Steven iba a dar una cena en su casa. Después de las compras, había pasado el resto del día investigando a la enigmática familia Wolf. No le quedaba mucho tiempo para seguir investigando, necesitaba terminas algunos detalles para dejar todo listo y en orden. Y por lo poco que había investigado, en algunas reseñas y artículos con cotilleos se hablaba de su millonaria familia. En cuanto al propio Steven, solamente sabía que tenía treinta y seis años, dos años más que su primo Tomaso, y que dirigía una red hotelera en Sudamérica.

Pero algo había más oculto en los Wolf, la familia que vivía en Roma. Selene encontró un montón de fotos de él con diferentes mujeres, pero nada sugería que hubiese tenido una relación seria o que tuviese hijos. Steven Wolf era algo extraño, mi jefe guardaba un secreto. Todo lo que ella había leído aumentaba sus miedos y ni siquiera el anticipo de dos ciento mil dólares, había conseguido tranquilizarla. Al contrario. Ya no podía dar marcha atrás.

Ella era su secretaria, Steven su jefe, él la había contratado y había pagado bien por la tapadera que iba, hacer con la familia de él. ¿Pero dónde se había metido? ¿Y por qué ella cuando había miles de mujeres más bellas?. Todas esas preguntas daban vueltas en su cabeza, mientras se levantaba de la silla del comedor. Pensó que su jefe, tenía el poder de aplastarla como un insecto y destruirla por completo, incluyendo a felpudo.

Con los nervios alterados, Selene fue abrir la puerta. Él estaba al otro lado, con un elegante traje oscuro y un enorme ramo de rosas en la mano. Cuando sus ojos se encontraron, su corazón empezó a latir violentamente.

— Para ti, mi cielo. —dijo Steven entonces, tuteándola por primera vez mientras rozaba su mejilla con los labios.

— Estás guapísima.

— Gracias jee… Jefe. —ella tomó el ramo de rosas y dio un paso atrás.

— Esperé un momento, voy a ponerlas en agua. Y ya regreso.

Steven Wolf esbozó una sonrisa que podría haber iluminado todo el apartamento.

— ¿No me vas a invitar a entrar?.

— No sabía que fuera necesario. Pero entra, por favor. Ponte cómodo.

— ¿Sarcástica?.

— ¿Qué esperabas?. —él enarcó una oscura ceja.

— No es un buen principio cuando estamos a punto de embarcarnos en una cita en la que vamos a enamorarnos. Y vamos a una cena mi querida Selene.

— Dijiste que tendría que hacer el papel en público, y ahora no estamos con personas a nuestro alrededor. —le recordó Selene intentando disimular cuánto la afectaba su presencia.

— Y ahora no estamos en público, jefe.

Podría ser el hombre más sexy del mundo, pero también era el más cruel y el más arrogante de los jefes. Si no fuera porque había firmado aquel contrato, le diría que se fuese al infierno, pero tenía que pensar con la cabeza fría. Steven entró en el apartamento y miró alrededor. Nunca había visto un sitio tan pequeño, pero a la vez cálido.

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