El sonido del cierre de una maleta rompía el silencio de la habitación. Mariam doblaba su ropa con precisión, decidida a marcharse. No aceptaría ni una humillación más.
La puerta se abrió bruscamente. La señora Thompson, con su porte elegante y su rostro contraído por la ira, irrumpió en la habitación como una tormenta.
—¿Cómo te atreves a pedir el divorcio a mis espaldas? —espetó con voz contenida, aunque sus ojos delataban la furia.
Mariam no se giró. Terminó de colocar sus pertenencias y cerró la maleta con fuerza. Se puso de pie, alzando el mentón con dignidad.
—Soy una persona adulta, señora Thompson. Puedo decidir por mí misma… y esto es lo que quiero.
—¿Después de todo lo que hemos hecho por ti? ¿Después de que te abrimos las puertas de esta casa?
—¿Y para qué? ¿Para usarme? —replicó Mariam sin perder la compostura—. Fingió preocuparse por mí solo para salvar a su hijo. Yo nunca le importé.
La mujer apretó los labios y dio un paso hacia ella, con el ceño fruncido.
—Tu familia p