Era de mañana y el sol resplandecía con una fuerza casi simbólica, como si la vida misma quisiera anunciar un nuevo comienzo. Mariam se encontraba en la entrada del reformatorio, habían acordado reunirse, nerviosa y emocionada. A su lado estaban Sofía y Azucena, ambas compartían la ansiedad y la felicidad que se respiraba en el ambiente. Ese día no era uno cualquiera: por fin verían a Agatha libre, después de tantos meses de espera.
Los minutos parecieron eternos hasta que, finalmente, la vieron salir por la puerta principal. Caminaba con porte elegante, la cabeza erguida, como si nunca hubiera estado privada de su libertad. Su cabello caía en suaves ondas sobre sus hombros y en su rostro se notaba una mezcla de emoción contenida y vulnerabilidad.
Mariam, incapaz de contenerse, corrió hacia ella. El ramo de flores que llevaba en las manos casi se le resbaló en la carrera, pero lo sostuvo con firmeza. Al llegar, la rodeó con sus brazos en un abrazo que transmitía todo el amor, la nosta