Mariam estaba sentada sola en una pequeña cafetería cercana a la empresa. Su mirada estaba fija en la taza de café humeante frente a ella, removía el líquido con la cucharilla sin probarlo. La ansiedad le revolvía el estómago. Miró la hora en su reloj de pulsera por quinta vez. Israel no tardaría en llegar. Tenía que aclarar esto antes de que todo se saliera de control.
No podía permitirse otro escándalo… no ahora.
Minutos después, la puerta del local se abrió y el joven apareció con una amplia sonrisa en los labios. Caminó con seguridad hacia ella, como si aquello fuera una cita y no una conversación seria. Al verla, sus ojos brillaron con descaro.
—Te ves muy hermosa —murmuró sin disimulo, observándola de arriba abajo con descarada admiración.
Mariam suspiró, conteniendo la molestia que empezaba a subirle por el pecho.
—Debemos hablar… y aclarar esta situación de una vez —dijo con firmeza, mirándolo fijamente.
Pero Israel se encogió de hombros con fingida inocencia.
—No es necesario