Entrando al baño, lo primero que hice fue mirarme en el espejo, y lo que vi en mi cuerpo no me sorprendió, pero sí me enojó: era el colmo.
Él no podía hacerme el amor ni una sola vez sin dejar marcas en mí como si fuera una res.
Tenía chupetones desde el cuello hasta los senos, demasiado visibles; iba a tener que ponerme bastante base encima por su culpa.
Después de ducharme, cepillarme los dientes y maquillarme —priorizando cubrir las marcas en mi piel— me puse un vestido tejido gris claro, el único que había traído, y las botas altas negras que, por suerte, había empacado.
No había pensado en traer demasiada ropa elegante al venir, ni en comprar algo para ponerme hoy, así que esto era lo más… presentable, digamos, que tenía para salir.
Me hice mi típica coleta alta y le di unas ondas suaves para darle forma. Me di una última mirada en el espejo y, bueno, me gustó lo que vi.
Me puse perfume, guardé el móvil en mi bolso pequeño y finalmente salí de la habitación. Al llegar a las escal