A pesar de que han pasado varios días desde que Catalina le envió aquel mensaje a Trish, todo ha estado tranquilo; el único problema es que yo no puedo estarlo.
Todavía no puedo creer que haya intentado matar a Trish y que, por su culpa, hayamos perdido a nuestro hijo.
Hemos buscado por todas partes y no hemos podido dar con ella. Los detectives dicen que probablemente salió del país, pero yo no lo creo; pienso que sigue aquí, escondida, esperando para atacar.
También estoy convencido de que no está trabajando sola, y que alguien más es su cómplice en toda esta locura.
Unos golpes en la puerta me sacan de mis pensamientos. Camino hacia mi escritorio, doy la orden de pasar y me siento en mi silla.
—Lamento interrumpir, señor, esto le acaba de llegar —dice mientras se acerca y me entrega un sobre amarillo—. También lo busca el señor Leo Hart.
Noto que el sobre proviene de uno de los detectives que contraté.
—Muchas gracias. Haz pasar al señor Leo y asegúrate de que nadie nos interrumpa,