Unas manos acarician mi cabello. Abro los ojos lentamente, pero no veo a nadie frente a mí. Aun así, mi cuerpo reconoce perfectamente a quién pertenecen esas manos que tanto amo.
—Buenos días, mi amor —escucho su voz y me levanto rápidamente. Lo veo sentado en la cama, con una pequeña sonrisa en su rostro.
—¡Cariño! —sin poder contenerme, me lanzo a sus brazos como una niña pequeña—. Tuve tanto miedo de perderte.
Darius envuelve sus brazos alrededor de mi cintura y me da un beso en la frente.
—Jamás dejaría a la mujer de mi vida y a mis hijos solos. Ustedes me necesitan a mi lado, y yo a ustedes, nena —dice, dándome un suave beso en los labios. No puedo evitar sonreír.
—¿Hace cuánto despertaste? —pregunto, notando las vendas nuevas en su herida.
—No hace mucho. La enfermera vino a cambiarme las vendas y a darme mi medicamento —me responde, divertido.
Levanto una ceja y lo miro con fingida desaprobación, mientras él se ríe.
—Debiste despertarme —le digo, cruzándome de brazos—. Tengo qu