He pasado todo el fin de semana con ella. El sábado por la tarde me marché de su casa para ir a la mía y recoger algo de ropa, pero después de una hora y media, ya volvía a estar en sus brazos, y digo sus brazos porque allí es el único lugar donde he querido estar desde que la conocí.
Y nos hemos pasado esos dos días metidos en la cama.
—¡Dios! Eres insaciable —me dice bajándose de encima de mí.
—Me tienes embrujado, que le voy a hacer —me defiendo cogiéndola de la mano para que no se vaya—. Vuelve a la cama.
—No podemos. Son las siete y media, y en una hora tengo que estar en la oficina, y tú en la tuya, ¿recuerdas?
Lo había olvidado, es lunes y lo bueno se ha acabado ya.
Me dejo caer hacia atrás sobre la almohada, y pongo mis manos sobre esta.
La observo desnudarse, y se me pone dura al instante.
«Estoy obsesionado con poseerla, a todas las putas horas del día».
—¿Vienes a la ducha? —me pregunta llamando mi atención.
—!Gracias, Dios!
De un salto salgo de la cama, y voy tras ella.
—Ti