Ramiro
—¡No puedo! —susurré, apretando los ojos con fuerza mientras las lágrimas comenzaban a deslizarse, haciendo que mi ya borrosa visión empeorara aún más.
Un ruido en el pasillo hizo que mi cuerpo entero se tensara.
Alguien venía.
—¡Diosito, no! —jadeé, mirando desesperadamente a mi alrededor.
Sin pensar, me arrodillé y me deslicé debajo de la cama, apenas cabiendo.
Los pasos se detuvieron justo en la puerta.
Mi respiración era tan rápida que por un momento temí que me descubrirían… o me daría un infarto, quedando como un pollo apestado bajo la cama.
—Diosito, sálvame de esta, —susurré en voz baja, juntando mis manos para suplicar—. Prometo ir a misa todos los domingos, ser un buen hijo, ¡hasta prometo dejar a Camila tranquila!
El sudor corría por mi frente, y entonces sentí algo cálido humedecer mis pantalones.
—No, no, no… —murmuré, horrorizado.
Me había orinado encima.
Escuché el sonido de la puerta al abrirse. Apenas moví un poco la cabeza para ver las piernas de dos enfe