Camila—Llévalo a casa —me había dicho Felipe con una sonrisa—. Tómate libre hasta que lo necesiten.La verdad es que mi viejito necesitaba ese tiempo y yo no pensaba separarme de él. Así que, solo le agradecí antes de que nos dejara en el hospital.Habíamos pasado la noche en el hospital. Angélica nos insistió en que estaba bien, y nos echó.—Y ni se les ocurra regresar aquí hasta que estén casados y con uno o dos bebés ahí dentro —fueron sus palabras textuales mientras señalaba mi vientre.Una hora antes de que saliera el sol, volvimos juntos a casa. Llegamos a tiempo para despertar a los niños y llevarlos al colegio. Joaquín se había quedado para darse una ducha y comer algo antes de volver a ver a su mamá.Volví a casa en tiempo récord. Entré corriendo a la cocina, pensando en prepararnos algo para comer, pero me detuve en seco al verlo.Estaba ahí, de pie junto al fregadero, solo en ropa interior. Su cabello estaba desordenado, y cuando levantó la mirada, vi lo que más me preocu
Joaquín Me pasé una mano por el cabello antes de volver a ajustarme mi corbata frente al espejo. El traje azul marino que había elegido no era nada extraordinario, pero era sobrío y elegante. Me sentaba bien… o al menos eso esperaba.La camisa blanca estaba impecable, los zapatos brillaban como si hubieran salido de la caja hace minutos.Respiré hondo, tratando de calmarme. No todos los días tomas decisiones que cambian tu vida, pero esta… era sin dudas la que mayor felicidad estaba trayendo a la mía.Salí del baño y vi a mi mujer de pie frente al espejo de su armario, sosteniendo un vestido color marfil contra su cuerpo. Me detuve un momento para observarla. Estaba hermosa. Se había arreglado el cabello en un peinado sencillo pero elegante. Aún estaba en ropa interior eligiendo el vestido perfecto para lo que íbamos a hacer.—¿Qué opinas de este? —preguntó mirándome por el reflejo del espejo.Vi la duda en sus ojos, el leve fruncir de sus labios mientras esperaba mi respuesta.C
Joaquín Cuando llegamos al hospital, algo no se sentía bien. Había dos oficiales de policía apostados en la puerta de la habitación de mi madreMi pecho se apretó al instante. Solté la mano de Camila y di un paso adelante, llegando primero frente a ellos.—Disculpe, —dije, acercándome a uno de los oficiales—. Soy el hijo de la mujer que está en esta habitación.Intenté pasar, pero el oficial me miró con cara de pocos amigos antes de hablar.—Lo siento, señor, pero no podemos dejarlo pasar en este momento.—¿No pueden...? —repetí, mi tono subiendo por la frustración y la antipatía del oficial—. ¡Es mi madre!Camila se acercó, colocando una mano en mi brazo intentando calmarme.—¿Está todo bien? —preguntó con su voz más suave, pero cargada de preocupación.—Está siendo atendida, —respondió otro oficial, una mujer de rostro inexpresivo—. Pero no podemos permitir que entren hasta que recibamos autorización.Intenté mantener la calma, pero las palabras "no podemos permitir que entren" re
FelipeLlevaba apenas quince minutos parado en este lugar y ya estaba seguro de que esto había sido un error monumental. —En serio, ¿Felipe? —preguntó Romina, cruzando sus brazos.Traté de mantener la poca dignidad que me quedaba al ver el rostro de desagrado de todos.—¿Qué tiene de malo? —dije, señalando los juegos—. ¡Es una plaza de juegos! Ellos son niños, deberían hacer estas cosas.Nathan se cruzó de brazos y negó con la cabeza, aburrido y fastidiado.—Qué idiota —murmuró Amy.—Vamos, chicos, —dije, poniendo las manos en las caderas—. Pueden correr, saltar… ya saben, cosas de niños.Corrí al juego y subí por las escaleras.—¡Esto es divertido! —solté dejándome caer por el tobogán.—¿De verdad trabaja para mí tío? —se burló Samuel con descaro.Romina se cubrió la cara con una mano, avergonzada, y dejó escapar un suspiro largo.—Felipe, —dijo, bajando la mano para mirarme—. Los niños son adolescentes. ¿De verdad crees que quieren tirarse por un tobogán?Volví a su lado, sacudiend
Felipe Romina me arrastró fuera del salón de manicura. Su mano estaba aferrada a mi muñeca, y aunque yo era más grande, en ese momento sentí que no tenía poder alguno sobre la situación. Ella mandaba, y yo solo seguía como un perro fiel.Antes de salir, le lanzó una última mirada a Amy. Ella estaba sentada en una de las estaciones, sonriendo mientras la muchacha le aplicaba un esmalte de color violeta oscuro. —Vamos a enviarle el video a Joaquín, —le dije en cuanto estuvimos fuera, bajando la voz para que nadie más nos escuchara.Romina negó con la cabeza de inmediato, sin siquiera titubear.—No, Felipe. Ahora están con doña Angélica. Es mejor esperar a verlos en persona.—¿Por qué? —pregunté, frustrado—. Joaquín necesita saber esto ahora mismo. Esa mujer está jugando con él y…Ella levantó una mano para callarme, sus ojos clavados en los míos.—Porque, si le enviamos esto ahora, papacito chef va a explotar. ¿Quieres que haga algo impulsivo mientras está en el hospital?Abrí la bo
Socorro Había intentado llamar a Ramiro al menos cien veces en las últimas dos horas, y nada. El maldito no respondía. Me recargué en el respaldo de la silla de mi comedor, con una copa de vino casi vacía entre los dedos, mirando por la ventana de mi departamento.No había ninguna noticia. Ninguna. Ni un maldito titular, ni siquiera un rumor. ¿Qué estaba pasando? Si Ramiro hubiera hecho su trabajo como se lo pedí, ya debería haber algo en las noticias sobre la muerte de mi mamá. ¿O acaso el idiota la había dejado con vida?Apreté los labios, sintiendo una mezcla de frustración y ansiedad. Tal vez la prensa estaba esperando confirmar los detalles antes de dar la noticia. Tal vez, cuando menos lo esperara, vería un titular que dijera algo como: "Tragedia en el hospital: la poderosa Angélica Hernández de Salinas muere tras un ataque al corazón."Solo de pensarlo, un estremecimiento de satisfacción recorrió mi cuerpo. Necesitaba leer ese titular. Ella siempre había apoyado a Joaquín
Camila Me senté al borde de la cama de mi suegra.Me sentía agotada. Las últimas 48 horas me estaban pasando factura, y no quería intoxicarme con el café del hospital.Levanté la mirada para verla. Era difícil imaginar que alguien quisiera hacerle daño. Peor aún que ese alguien fuera su propia hija.Ella apartó la vista de su hijo y me devolvió la mirada. Tomó mi mano, apenas apretándola.—No tienes que sentirte mal por lo de Socorro, hija, —me dijo con una voz tranquila—. Lo que hizo no tiene justificación, y es mi culpa por haberle permitido tanto durante todos estos años.¿Qué podía decirle? ¿Qué no era su culpa? ¿Qué yo tampoco entendía cómo alguien podía ser tan cruel?Joaquín, mientras tanto, estaba de pie junto a la ventana, hablando por teléfono con un tono autoritario que, si soy sincera, me estaba poniendo cachonda.—Quiero que sea un equipo completo, —decía, con el ceño fruncido—. Dos guardias en cada turno, las 24 horas. Nadie entra sin autorización.Lo miré de reojo, sin
CamilaMis piernas flaquearon al escuchar esas palabras. Mi mirada se clavó en Joaquín, esperando su reacción, temiendo que esto fuera demasiado incluso para él.Pero él intentó no demostrar nada. Aunque sí ví que sus ojos se estrecharon, y su postura, aunque parecía relajada, emanaba una tensión peligrosa. Dio un paso más hacia Gustavo, cerrando la distancia entre ambos.—¿Custodia completa? —repitió con una calma que solo hizo que la amenaza en sus palabras fuera más evidente—. Déjame preguntarte algo: ¿en qué universo crees que tienes derecho a reclamar algo cuando nunca estuviste ahí para ellos?Gustavo pareció dudar por un segundo, pero rápidamente alzó la barbilla, tratando de recuperar algo de control.—Soy su padre biológico, —respondió, como si esas palabras fueran suficientes para justificarlo todo—. Y ahora que estoy aquí, puedo ofrecerles una vida mejor.Joaquín soltó una risa fría, dando un paso hacia atrás, midiendo cada palabra que fuera a decir.—¿Una vida mejor? —rep