Felipe Romina y yo llegamos al restaurante, un lugar elegante pero no demasiado lujoso. No quería que pensara que intentaba impresionarla con mi dinero… aunque, lo cierto era que, sí quería lucirme.Le abrí la puerta con un movimiento exagerado y le extendí la mano.—Bienvenida a la mejor cita de tu vida, madame.Ella puso los ojos en blanco, pero no pudo evitar sonreír mientras pasaba junto a mí.—Dios, Felipe, tienes un ego más grande que esta ciudad.—¿Y no te encanta? —respondí con una sonrisa ladeada.La tomé del brazo, guiándola hasta nuestra mesa.El restaurante tenía una iluminación tenue, con velas en las mesas y una suave música de jazz sonando de fondo. Nos sentamos y, apenas abrimos el menú, Romina levantó la vista para mirarme.—Si intentas pedirme una ensalada para que "mantenga la línea", te vaciaré esta copa de vino en la cabeza.Reí con ganas, dejando el menú sobre la mesa.—Por favor, ¿crees que cometería ese error de novato? Te conozco. Sé que si no comes bien, te
Ramiro La casa de mamá era tan aterradora como siempre. Y como siempre, parecía que ella tenía un radar. Sin que hubiera llamado a la puerta, ella la abrió —Ya te llamo —dijo, apartando el teléfono a un lado.Tragué saliva. —Hijo —dijo en cuanto me vio, cruzándose de brazos—. ¿A qué debo el placer de tu visita?—Hola, mami —intenté sonreír, aunque sabía que no iba a funcionar—. Quería verte.—¿Necesitas dinero? —preguntó arqueando una ceja. No me dejó responder, se hizo a un lado—. Bueno, pasa. No quiero que los vecinos piensen que crié a un vagabundo.Entré rápido, sintiéndome otra vez como el niño que se escondía detrás de las cortinas cuando ella se enojaba.—No vengo por dinero, mami —dije, frotándome las manos—. Solo quería saber si podía quedarme contigo unos días.Ella me miró con el ceño fruncido. Luego señaló el sofá con un movimiento de su dedo índice.—Siéntate. Explica.Me senté, pero solo porque sabía que si me mantenía de pie, me haría sentar de todas formas.—Mi no
Camila Caminé por el pasillo con paso firme, sintiendo el peso de mi vientre."Cada vez es más difícil subir las escaleras..."A veces olvidaba cuánto había cambiado mi cuerpo en tan poco tiempo, hasta que veía mi reflejo en el espejo o me encontraba con alguien que no veía hace días.Como ahora.A mitad de camino, vi a Romina y Laura conversando cerca de la oficina de Joaquín.Sonreí y aceleré el paso.—¡Mis traidoras favoritas! —exclamé, abriendo los brazos y abrazándolas con fuerza.—¡Hey! Cuidado con aplastarme —bromeó Laura, pero correspondió el abrazo.Romina se rio y nos rodeó con sus brazos, formando un abrazo de trío.—Oye, de verdad, ¿solo tienes un bebé ahí dentro? —preguntó Laura, apartándose un poco y colocando una mano sobre mi vientre.Rodé los ojos con una sonrisa.—¡Claro que sí, tonta! Es la panza normal de una mujer con seis meses —repliqué, dándole un golpecito en el hombro.Romina asintió con autoridad.—Te lo aseguro, es uno solo. Ya he visto las ecografías.—Sí
Camila Nos sentamos en la sala de espera, que estaba completamente vacía. Mi viejito había insistido en que nuestras consultas fueran en un área privada del hospital, asegurándose de que nadie nos molestara. "Su instinto protector..." sonreí. Siempre hacía lo mismo. Aunque, bueno... aprendí a no discutir cuando se trataba de mi seguridad o la del bebé.Él se acomodó a mi lado en el sofá, acariciando mi vientre. Lo hacía todo el tiempo. Amaba cada pequeño cambio, cada movimiento y cada patadita que, a veces, me hacía sufrir.—¿Cómo está mi pequeño amor hoy? —susurró, inclinándose hacia mi abdomen.Reprimí una sonrisa y me recosté un poco más contra el respaldo.—Creo que está cómodo, no ha pateado en un rato.Joaquín frunció el ceño y le dio suaves caricias circulares a mi panza.—¿Estás dormidito, bebé? —preguntó con voz tierna—. ¿O solo te haces el interesante para hacer sufrir a tu papá?No pude evitar soltar una carcajada.—Amor, acabamos de desayunar, probablemente solo esté de
SocorroEl motor del auto vibraba suavemente. Podía sentirlo en el volante bajo mis manos mientras observaba la entrada del hospital. Desde mi posición, veía a la enfermera con la que había cerrado el trato hace unos días. Se acercó a Joaquín y, justo como le indiqué, lo llamó con urgencia."Perfecto."Me acomodé en el asiento, manteniendo la vista fija en la salida.Cinco malditos meses había esperado este momento.Cinco meses de esconderme como una rata, de vivir en moteles de mala muerte, de depender de la caridad de Lucía, que no había tardado en darme la espalda.Cinco meses en los que cada intento de acercarme a la zørra de mi hermano había fracasado.Apreté los dientes al recordar cada uno de esos fracasos.Mi primer intento fue infiltrarme en la casa de mi hermano.Sabía que la puta estaba embarazada y, tarde o temprano, saldría al jardín o abriría la puerta a alguien.Conseguí un uniforme de empleada de limpieza y me mezclé con un grupo de trabajadoras nuevas.Pensé que ser
RamiroDesde las cinco de la mañana estaba sentado en un auto con Francisco, uno de los hombres de Margot.Y ya quería morirme.No solo porque llevaba horas sin mover el trasero, el cual ya sentía encalambrado. Sino porque él tenía la expresión más aburrida y seca que había visto en mi vida.Habíamos estado observando la zona, evaluando posibles amenazas y supervisando los movimientos de los jefes de mi novia.Mis jefes también.Tres meses atrás, después de rogarle a Margot durante semanas que me dejara trabajar, ella finalmente había cedido. Aunque, claro, no sin antes llamarme princeso llorón un par de veces.—Te lo advierto, Rami —me había dicho, con los brazos cruzados—. Si vas a trabajar, te voy a tratar como a cualquier otro.Yo, en mi infinita desesperación por hacer algo productivo con mi vida, acepté sin pensarlo.Y así fue como terminé entrenando con Francisco, uno de los hombres más serios y estrictos que ella tenía en su equipo.Pero nada... absolutamente nada, me había p
Joaquín Corrí detrás de los paramédicos que la habían asistido. Mi corazón latía tan fuerte que sentía que explotaría en cualquier momento.—¡Camila! —grité con la voz rota, tratando de alcanzarla.No podía verla bien. Solo veía mechones de su cabello cayendo por los costados de la camilla, su brazo colgando sin moverse.Había sangre.Dios, tanta sangre.Mis piernas apenas me sostenían, pero no me detuve. No podía.Los paramédicos la llevaron a una sala de traumas. Intenté seguirlos, pero una enfermera me detuvo de golpe, colocando ambas manos en mi pecho.—Señor, no puede pasar.—¡Es mi esposa! —rugí, intentando apartarla, pero dos enfermeros más llegaron y me bloquearon el paso.—El doctor Ríos ya está con ella, haremos todo lo posible —me dijo con calma—. Ahora necesitamos espacio para trabajar.Mis puños se cerraron con tanta fuerza que las uñas me abrieron la piel.—Por favor… —susurré, con la voz quebrada, sin reconocerme a mí mismo.No me importaba si me veía débil, patético
Joaquín El doctor Ríos apareció con el rostro cansado, pero su expresión era seria, profesional. No podía leer nada en su mirada, lo que hizo que mi pecho se encogiera aún más. Me puse de pie de inmediato, con mi madre aferrándose a mi brazo.—Doctor —mi voz apenas salió—. ¿Cómo están?Ríos exhaló despacio antes de hablar.—La señora Salinas salió de la operación, pero su estado sigue siendo delicado. Hubo una gran pérdida de sangre y su cuerpo está muy débil. En este momento, está sedada y entubada.Sentí que el mundo se derrumbaba bajo mis pies. El vacío que sentía en el pecho era indescriptible.—¿Pero… va a despertar? —pregunté con desesperación.—Haremos todo lo posible, señor Salinas —respondió con voz calmada—. Su esposa es fuerte, pero debemos esperar. Las próximas horas serán cruciales.Apreté los puños, un nudo de angustia me oprimía el pecho.Mi madre sollozó a mi lado, llevándose las manos a la boca.—¿Y el bebé? —susurré la pregunta.El doctor hizo una pausa antes de mo