Joaquín
Ver a mi esposa tan pálida y débil me estaba matando por dentro.
No podía pensar en otra cosa más que en mantenerla consciente.
No dejé de observar cada gesto y movimiento que hacía de camino al hospital.
—Casi llegamos, mi reina —murmuré, aunque no sabía si era para tranquilizarla a ella o a mí—, aguanta un poco más...
El coche se detuvo bruscamente frente a la entrada de urgencias. Apenas Andrés abrió la puerta, yo ya estaba bajando a mi mujer.
—Tranquila, estamos aquí —le dije, rodeándola con un brazo, ella se apoyó en mí.
Un grupo de médicos y enfermeras se acercó corriendo con una camilla.
—¿Señora Salinas? —preguntó una de las enfermeras.
—Sí, es ella —respondí, sintiendo alivio al ver que ya estaban preparados para atenderla—. Es mi esposa.
—Señor, por favor, recuéstela aquí —dijo otra enfermera, ayudándome a acomodarla en la camilla.
La llevaron de apuro a una sala privada.
Iba pisándole los talones, mi corazón latiendo tan fuerte que parecía que se me iba a salir.