Felipe
Estaba en mi oficina, pero mi mente estaba en cualquier otro lugar.
Me pasé la mano por el cabello, frustrado. No podía dejar de pensar en lo que había pasado con Nathan en el restaurante. Algo se nos estaba escapando.
Había sido demasiado repentino, demasiado extraño. ¿Cómo demonios había terminado con una salsa que contenía nueces si él mismo había especificado que no las tuviera?
—Alguien tiene que haber metido mano en eso —murmuré en voz alta, recostándome en la silla.
Saqué mi teléfono y tecleé el número que había querido marcar desde hace rato… aunque sabía que ella no tenía muchas ganas de hablar conmigo.
—¿Qué quieres, Felipe? —preguntó, con un tono frío que hizo que se me encogiera un poco el ego.
Sonreí, intentando sonar despreocupado.
—Hola, Romi. Qué gusto oír tu dulce voz, —dije, inclinándome hacia el escritorio con una sonrisa que sabía que no podía ver, pero esperaba que la sintiera.
—No tengo todo el día, niño rico. Ve al grano.
Ay, esta mujer… Me derretía, au