Joaquín Me pasé todo el día metido en reuniones con accionistas y nuevos proyectos para la empresa. Apenas tuve tiempo para almorzar algo rápido. Así que, en cuanto terminé mis obligaciones, hice lo único que me apetecía.Sin pensarlo dos veces, tomé el teléfono y marqué el número de mi amada esposa.—Hola, viejito, —respondió con una voz suave que me hizo sonreír.—Hola, mi reina, —dije, sintiendo cómo la tensión del día comenzaba a desvanecerse—. ¿Cómo estás? ¿Encontraste los papeles que estabas buscando?—Sí, ya los tengo —respondió—. Todo esta listo para entregárselos al abogado.—Perfecto. ¿Cómo te sientes… con esa avalancha de recuerdos? —pregunté intentando ser lo más sutil.—Bien, —dijo, su tono tenía un deje de cansancio y su voz, aunque trato de disimular, se escuchaba ronca—. Mejor ahora que hablo contigo. Estaré esperándote para cenar.Mi sonrisa se ensanchó automáticamente. No importaba cuán caótico hubiera sido mi día; escucharla decir cosas así siempre lo hacía todo m
Camila Cuando Felipe me colgó el teléfono, intenté volver a llamar a Joaquín. "No puedo creer lo sinvergüenza que es Felipe." Antes de que pudiera marcar de nuevo, el timbre de la puerta sonó.Fruncí el ceño, dejando el móvil en la mesa, y fui a abrir. Apenas giré la perilla, dos pequeños torbellinos se lanzaron sobre mí.—¡Tía! —gritó Amy, abrazándome con fuerza, mientras Nathan hacía lo mismo por el otro lado.—¡Amy, Nathan! —exclamé sorprendida, rodeándolos con los brazos—. ¿Qué hacen aquí? ¿Están bien?—No están aquí para los abracitos —dijo una voz amarga detrás de ellos.Levanté la mirada y vi a Gustavo de pie en el porche, con el rostro enfurecido. Intentó avanzar hacia los niños, pero Andrés le puso una mano en el pecho, impidiéndole el ingreso.—No permito escenas en esta casa, señor Andrade —dijo Andrés, con voz amenazante—. Manténgase fuera.Gustavo bufó, cruzándose de brazos con una expresión de fastidio.—Ya les dije —gruñó—. Saquen sus cosas y nos vamos. No tengo todo
Ramiro Desde que puse un pie en este país, me prometí que nunca más volvería a depender de nadie. Pero aquí estaba, tres semanas después de escapar de las garras de Socorro y de casi cometer un crimen. Sobreviví de la única forma que encontré. Las cosas no habían sido fáciles. Huir significó dejar todo atrás. Al poco tiempo me quedé sin dinero, sin contactos y, bueno, terminé vendiendo lo único que me quedaba: mi cuerpito.La pocilga donde dormía olía a humedad y desinfectante barato. Las paredes amarillas parecían disfrutar de mi desgracia. Había una cama que chirriaba al menor movimiento y una silla rota al fondo. "Pero al menos tengo un techo sobre mi cabeza." Todo gracias a Margot.Margot... Mi clienta recurrente. Una mujer alta, con una postura recta, siempre a punto de gritar órdenes. Era guardia de seguridad y, aunque tenía un carácter autoritario, también era extrañamente comprensiva conmigo. Me hacía sentir… seguro, algo que no había sentido en mucho tiempo. Además..
Joaquín Llegué a la oficina con el ceño fruncido, más cansado de lo habitual. Las últimas semanas habían sido un caos absoluto. El juicio contra Gustavo parecía estancado, como si cada día nos enfrentáramos a un muro nuevo. Mario estaba haciendo lo imposible, pero la burocracia y las mentiras de Andrade complicaban todo. Para colmo, Socorro había desaparecido sin dejar rastro. Nadie sabía dónde estaba. Parecía que la maldita tierra se la había tragado.Lo único que me daba algo de paz era saber que Amy y Nathan estaban bien, comunicándose a escondidas con nosotros. Las historias que contaban de las travesuras que le hacían a Gustavo y Lucía eran lo único que lograba arrancarme una sonrisa genuina.Apenas crucé el pasillo, Laura, que ahora era mi nueva secretaria, me interceptó con una carpeta en mano.—Buenos días, señor Salinas, —dijo con una sonrisa profesional, aunque sus ojos brillaban con picardía cuando continuó—. En unos treinta minutos tiene la entrevista con la posible ca
Camila Estaba acostada, recuperándome del malestar que me había afectado desde hace unos cuantos días, cuando el teléfono de la casa comenzó a sonar. Fruncí el ceño y me incorporé para contestar.—¿Hola?—¡Camila! —dijo una voz demasiado familiar al otro lado. Laura.Solté un suspiro y rodé los ojos, aunque una sonrisa se me dibujó en el rostro.—Vaya, vaya, si es la gran señorita secretaria de mi marido. Al fin te dignas a confesar que te dieron el puesto por acostarte con él, ¿no?—Ay, querida, si ya me pasé al otro bando… así que él debería cuidarte a tí —respondió divertida—. Además, el jefe ni me la pela. Está demasiado enamorado de su hermosa esposa como para mirar a otra.Me reí con ella, acomodándome mejor en la cama.—¿En serio? ¿Y cómo va ese trabajo de espantar babosas? —pregunté con curiosidad.—Deberías agradecerme, querida —respondió con aire de superioridad—. Alejo a todas esas víboras que intentan coquetearle.Hizo un pequeño silencio y podía escuchar su respiración.
Joaquín Ver a mi esposa tan pálida y débil me estaba matando por dentro. No podía pensar en otra cosa más que en mantenerla consciente. No dejé de observar cada gesto y movimiento que hacía de camino al hospital.—Casi llegamos, mi reina —murmuré, aunque no sabía si era para tranquilizarla a ella o a mí—, aguanta un poco más...El coche se detuvo bruscamente frente a la entrada de urgencias. Apenas Andrés abrió la puerta, yo ya estaba bajando a mi mujer.—Tranquila, estamos aquí —le dije, rodeándola con un brazo, ella se apoyó en mí.Un grupo de médicos y enfermeras se acercó corriendo con una camilla.—¿Señora Salinas? —preguntó una de las enfermeras.—Sí, es ella —respondí, sintiendo alivio al ver que ya estaban preparados para atenderla—. Es mi esposa.—Señor, por favor, recuéstela aquí —dijo otra enfermera, ayudándome a acomodarla en la camilla.La llevaron de apuro a una sala privada.Iba pisándole los talones, mi corazón latiendo tan fuerte que parecía que se me iba a salir.
Angélica Estaba sentada en el patio de mi casa, disfrutando del aire fresco y del almuerzo.No saber nada de Socorro me tenía en alerta. Sabía que mi hija no era de las que se quedaban derrotadas. Su carácter rencoroso y su orgullo enfermizo la impulsaban a buscar venganza.Y si aparecía otra vez… temía por Samuel, por mí, por todos nosotros.Suspiré, pasando una mano por el brazo, tratando de sacudir esos pensamientos cuando oí los pasos rápidos de mi nieto acercándose.Samuel se acercó con su plato en la mano para hacerme compañía. Mi nieto era un santo, se había quedado conmigo sin pensarlo dos veces cuando salí del hospital.Se sentó frente a mí, moviendo el tenedor en su plato jugando con la comida. No había probado más de un par de bocados del almuerzo. Lo observé con atención, su expresión distante y esos ojos que gritaban tristeza.—Samuel, cariño, ¿qué ocurre? —pregunté, queriendo romper el silencio incómodo—. ¿Extrañas a tu mamá?—¿Extrañarla? —repitió con una amargura que
Felipe Romina entró a mi oficina, sosteniendo una carpeta y un vaso de café.—Traje los documentos que solicitaste —dijo, dejando la carpeta sobre el escritorio.—Y el café, claro, porque sé que te encanta, —agregó, ofreciéndomelo con una sonrisa que me hizo sospechar un poquito de su amabilidad.—Eres un ángel —dije, bebiéndolo despacio mientras lo saboreaba, estaba perfecto caliente y oscuro como me encantaba.El primer trago me supo a gloria, como siempre.Pero unos sorbos después... una ola de calor me recorrió desde la nuca hasta el pecho. Me moví un poco en la silla. "Tal vez el maldito aire acondicionado estaba fallando otra vez."Romina se sentó frente a mí, cruzando lentamente sus piernas con esa sensualidad natural que me dejaba babeando. Podría jurar que me estaba provocando. Alcancé a ver una pequeña franja de tela roja en su centro y mi respiración se volvió más pesada."Y ese vestido corto... ¡Dios dame fuerzas!"—Ok, mira —dijo, abriendo la carpeta—. Necesitamos aclar