Camila—Tengo algo que necesitan ver, —dijo Felipe, sacando su teléfono del bolsillo.—¿Ahora qué? —preguntó impaciente mi viejito.Felipe se tomó el tiempo del mundo para desbloquear su teléfono y buscar algo. Levantó el dispositivo y lo giró hacia nosotros.—Esto, —dijo sonriendo.Un video comenzó a reproducirse. Reconocí al instante a Victoria, sentada en un salón de manicura. La miré detalladamente, aunque lo que llamó nuestra atención fue su vientre. O más bien, la ausencia de uno.—¡No tiene panza! —solté, llevándome una mano a la boca.Joaquín se dió un paso adelante, sin apartar su mirada de la grabación. Escuché como su mandíbula se apretaba y sus ojos se tornaban más oscuros por la rabia.—Dale más volumen, —le ordenó a Felipe, su voz cargada de furia.Felipe obedeció, y subió el volumen al máximo.—Pronto seré la esposa de un CEO muy adinerado, —decía Victoria, con una risa que me hizo apretar los dientes.La manicurista le hizo una pregunta que no alcanzamos a escuchar bie
Camila —Señores —comenzó a decir Mario—, debo ser honesto con ustedes. Este caso podría ir a juicio. Aunque Gustavo Andrade es el padre biológico de los niños, eso no garantiza que el tribunal le otorgue la custodia.Apreté la mandíbula, pestañando varias veces para contener las lágrimas.—Pero hay otra opción que podría fortalecer su caso y garantizar la estabilidad de Amy y Nathan.—¿Cuál es? —pregunté, aferrándome a la mano de mi viejito como si de ella dependiera mi fuerza.Mario nos miró con seriedad, preguntando con firmeza.—¿Estarían dispuestos a adoptar a los niños?Mi corazón dio un vuelco. Eso era todo lo que anhelaba, tenerlos siempre a mi lado, sin el miedo constante de perderlos.—Sí —respondí segura, sintiendo cómo las lágrimas comenzaban a arder en mis ojos mientras la emoción me llenaba el pecho.—Por supuesto que sí —añadió Joaquín, abrazándome por la cintura, su calor y apoyo siempre ahí—. Ellos son nuestros hijos, solo necesitamos que eso quede escrito en papel.E
Camila —Lo siento —murmuré, mirando al abogado, que me observaba con empatía—. No debí perder el control.—No es su culpa, señora Salinas, —respondió Mario con un tono amable pero serio—. Pero esto es justo lo que querían provocar. Tenemos que ser más cuidadosos a partir de ahora. No puede volver a caer en su juego.Quise creerle, pero el miedo de que los perdiera para siempre seguía apretándome el pecho.—Vamos, mi reina, —dijo Joaquín suavemente, besando mi cabello—. Esto no ha terminado. Vamos a recuperarlos, pero debemos ser más inteligentes que ellos.—Señora Salinas, ¿Tiene el recibo de la clínica del que habló —preguntó el abogado. Asentí con lágrimas en los ojos. —Debería revisar entre lo que aún guarda de su hermana. Tal vez encuentre un mensaje, una carta, algo que lo comprometa y nos ayude a nosotros.Joaquín se quedó en silencio unos segundos después de que el abogado se despidió. —Voy contigo a casa —dijo con esa voz firme que no admitía discusión.Lo miré, conteniend
FelipeEstaba en mi oficina, pero mi mente estaba en cualquier otro lugar. Me pasé la mano por el cabello, frustrado. No podía dejar de pensar en lo que había pasado con Nathan en el restaurante. Algo se nos estaba escapando. Había sido demasiado repentino, demasiado extraño. ¿Cómo demonios había terminado con una salsa que contenía nueces si él mismo había especificado que no las tuviera?—Alguien tiene que haber metido mano en eso —murmuré en voz alta, recostándome en la silla.Saqué mi teléfono y tecleé el número que había querido marcar desde hace rato… aunque sabía que ella no tenía muchas ganas de hablar conmigo.—¿Qué quieres, Felipe? —preguntó, con un tono frío que hizo que se me encogiera un poco el ego.Sonreí, intentando sonar despreocupado.—Hola, Romi. Qué gusto oír tu dulce voz, —dije, inclinándome hacia el escritorio con una sonrisa que sabía que no podía ver, pero esperaba que la sintiera.—No tengo todo el día, niño rico. Ve al grano.Ay, esta mujer… Me derretía, au
Joaquín Me pasé todo el día metido en reuniones con accionistas y nuevos proyectos para la empresa. Apenas tuve tiempo para almorzar algo rápido. Así que, en cuanto terminé mis obligaciones, hice lo único que me apetecía.Sin pensarlo dos veces, tomé el teléfono y marqué el número de mi amada esposa.—Hola, viejito, —respondió con una voz suave que me hizo sonreír.—Hola, mi reina, —dije, sintiendo cómo la tensión del día comenzaba a desvanecerse—. ¿Cómo estás? ¿Encontraste los papeles que estabas buscando?—Sí, ya los tengo —respondió—. Todo esta listo para entregárselos al abogado.—Perfecto. ¿Cómo te sientes… con esa avalancha de recuerdos? —pregunté intentando ser lo más sutil.—Bien, —dijo, su tono tenía un deje de cansancio y su voz, aunque trato de disimular, se escuchaba ronca—. Mejor ahora que hablo contigo. Estaré esperándote para cenar.Mi sonrisa se ensanchó automáticamente. No importaba cuán caótico hubiera sido mi día; escucharla decir cosas así siempre lo hacía todo m
Camila Cuando Felipe me colgó el teléfono, intenté volver a llamar a Joaquín. "No puedo creer lo sinvergüenza que es Felipe." Antes de que pudiera marcar de nuevo, el timbre de la puerta sonó.Fruncí el ceño, dejando el móvil en la mesa, y fui a abrir. Apenas giré la perilla, dos pequeños torbellinos se lanzaron sobre mí.—¡Tía! —gritó Amy, abrazándome con fuerza, mientras Nathan hacía lo mismo por el otro lado.—¡Amy, Nathan! —exclamé sorprendida, rodeándolos con los brazos—. ¿Qué hacen aquí? ¿Están bien?—No están aquí para los abracitos —dijo una voz amarga detrás de ellos.Levanté la mirada y vi a Gustavo de pie en el porche, con el rostro enfurecido. Intentó avanzar hacia los niños, pero Andrés le puso una mano en el pecho, impidiéndole el ingreso.—No permito escenas en esta casa, señor Andrade —dijo Andrés, con voz amenazante—. Manténgase fuera.Gustavo bufó, cruzándose de brazos con una expresión de fastidio.—Ya les dije —gruñó—. Saquen sus cosas y nos vamos. No tengo todo
Ramiro Desde que puse un pie en este país, me prometí que nunca más volvería a depender de nadie. Pero aquí estaba, tres semanas después de escapar de las garras de Socorro y de casi cometer un crimen. Sobreviví de la única forma que encontré. Las cosas no habían sido fáciles. Huir significó dejar todo atrás. Al poco tiempo me quedé sin dinero, sin contactos y, bueno, terminé vendiendo lo único que me quedaba: mi cuerpito.La pocilga donde dormía olía a humedad y desinfectante barato. Las paredes amarillas parecían disfrutar de mi desgracia. Había una cama que chirriaba al menor movimiento y una silla rota al fondo. "Pero al menos tengo un techo sobre mi cabeza." Todo gracias a Margot.Margot... Mi clienta recurrente. Una mujer alta, con una postura recta, siempre a punto de gritar órdenes. Era guardia de seguridad y, aunque tenía un carácter autoritario, también era extrañamente comprensiva conmigo. Me hacía sentir… seguro, algo que no había sentido en mucho tiempo. Además..
Joaquín Llegué a la oficina con el ceño fruncido, más cansado de lo habitual. Las últimas semanas habían sido un caos absoluto. El juicio contra Gustavo parecía estancado, como si cada día nos enfrentáramos a un muro nuevo. Mario estaba haciendo lo imposible, pero la burocracia y las mentiras de Andrade complicaban todo. Para colmo, Socorro había desaparecido sin dejar rastro. Nadie sabía dónde estaba. Parecía que la maldita tierra se la había tragado.Lo único que me daba algo de paz era saber que Amy y Nathan estaban bien, comunicándose a escondidas con nosotros. Las historias que contaban de las travesuras que le hacían a Gustavo y Lucía eran lo único que lograba arrancarme una sonrisa genuina.Apenas crucé el pasillo, Laura, que ahora era mi nueva secretaria, me interceptó con una carpeta en mano.—Buenos días, señor Salinas, —dijo con una sonrisa profesional, aunque sus ojos brillaban con picardía cuando continuó—. En unos treinta minutos tiene la entrevista con la posible ca