Joaquín
Camila estaba hecha un ovillo contra mi pecho.
Habíamos pasado toda la noche así, ella llorando en silencio, y yo sujetándola, incapaz de hacer mucho más que susurrarle que todo estaría bien.
Yo también sentía un gran vacío en mi pecho. Ellos eran parte de Camila, parte de mi vida. No podía imaginarme estar sin sus risas, travesuras, y mucho menos seguir viendo a mi Reina destrozada como lo estaba.
—Esto no puede continuar así, mi amor —susurré, besándole la cabeza.
De repente, mi teléfono vibró. Lo tomé de la mesita de noche, entrecerrando los ojos por el brillo de la pantalla. Era nuestro abogado.
—Espera un segundo, —le dije, levantándome un poco para contestar.
—Dime que tienes buenas noticias para mí —dije con un tono autoritario y urgente.
—Jefe, me contactó el abogado del señor Andrade —me saludó Mario.
—¿Qué quiere el desgraciado ese? —pregunté conteniendo la ira.
—Quiere negociar —continuó el abogado—. La reunión será en su oficina. Parece que Andrade quiere resolv