Camila
—Dame cinco minutos, —le dije, señalando hacia el baño mientras él seguía riendo—. Voy a quitarme esto antes de que se me caiga la poca dignidad que me queda.
Él asintió sin dejar de reír, acercándose a la encimera para buscar unas copas.
—Tómate tu tiempo, mi reina, —dijo con la voz ronca de tanto reírse—. Aunque tengo que decir que la versión ogro tiene su encanto.
Bufé y agarré una toalla limpia antes de desaparecer en el baño. Me miré en el espejo y sacudí la cabeza.
Mi rostro estaba completamente cubierto de ese verde brillante, y no pude evitar reírme bajito mientras comenzaba a lavarme la cara. ¿Cómo era posible que este hombre me hiciera sentir tan cómoda, incluso en momentos tan ridículos?
Cuando volví a la sala, con la cara limpia y fresca, Joaquín estaba colocando la fuente con la comida recalentada en el centro de la mesa, ya había abierto la botella de vino y servido las copas.
Todo era perfecto y se sentía muy íntimo y familiar.
—Ah, ahora sí reconozco a la mujer