El sol del mediodía se colaba por las cristaleras de la boutique más exclusiva de la ciudad. Cecilia, entusiasmada, caminaba por los pasillos de mármol pulido, observando los vestidos de diseñador, mientras Hellen la seguía con paso más lento, con la mano sobre su vientre.—Debes consentirte —insistió Cecilia—. A veces te comportas como una mártir. Vamos, Hellen, si no lo haces por ti, hazlo por mi futuro sobrino.Hellen soltó una risita leve, la primera en días. Se sentía más tranquila, y aunque su corazón aún estaba hecho un caos, había decidido seguir adelante con su vida. Por ahora.Eligió dos vestidos sencillos y un conjunto para maternidad. Nada extravagante. Su estilo era sobrio y elegante. Iba camino al probador cuando una voz desagradablemente conocida rompió el ambiente.—Vaya, vaya… si no es la señora Lancaster en persona.El corazón de Hellen se detuvo por un segundo. Al girar la cabeza, lo vio.Julio.Lucía un uniforme de la tienda. Parecía estar en el área de atención al
El atardecer teñía de tonos dorados las calles de la ciudad, pero en la cafetería discreta donde Julio y su amiga Raquel se reunían, el ambiente era oscuro, cargado de rencor y planes encubiertos.Raquel tamborileó los dedos sobre la mesa mientras miraba fijamente a Julio, tratando de descifrar su expresión.—¿Qué piensas hacer? —preguntó finalmente, entornando los ojos—. Ya te demostró que la prefiere a ella. A Hellen. No a ti.Julio sonrió, pero no fue una sonrisa de tristeza ni de resignación. Era una sonrisa fría, cargada de algo más.—No te preocupes —dijo en voz baja, como si temiera que alguien pudiera escucharlos—. Lo tengo todo controlado. Le hare pagar su traición.Raquel frunció el ceño. No entendía nada. Julio sacó un sobre grueso de su chaqueta y lo deslizó lentamente hacia ella. Raquel, curiosa, lo abrió con manos temblorosas.Dentro había un expediente.Y en el primer folio, una fotografía.Raquel alzó una ceja, impresionada. La imagen mostraba a una joven de belleza de
Hellen había regresado para celebrar el cumpleaños de su novio. Habían pasado tres largos años desde que partió, y no veía la hora de reencontrarse con la persona que amaba.Llevaba un pastel de cumpleaños entre sus manos, segura de que la sorpresa sería inolvidable. Marcel y ella planeaban casarse en unas semanas, y su regreso marcaba el inicio de los preparativos para la boda.El ascensor se detuvo, y Hellen caminó con elegancia por los pasillos del lujoso edificio. Marcel pertenecía a una de las familias más acaudaladas de la ciudad, y eso siempre le había dado un aire de perfección a su relación.Una sonrisa se dibujó en sus labios al imaginar su reacción. “Seguro estará tan emocionado de verme”, pensó mientras colocaba la llave en la cerradura. Las luces del apartamento se encendieron automáticamente al entrar.Caminó hasta la mesa del centro de la sala, dejó el pastel con cuidado y apagó las luces de nuevo. Luego se escondió en la habitación, esperando ansiosa el momento de l
—¡¿Qué dices, papá?! —exclamó Nicolás, molesto—. Esto debe ser una broma de mal gusto. Vine para hablar sobre el futuro de la empresa, no de matrimonio.Roger soltó un suspiro pesado. Convencer a su hijo de casarse era algo realmente complicado. Nicolás, con 29 años, joven, elegante y muy apuesto, tenía muchas mujeres a su merced esperando por su atención.Pero su hijo ni siquiera se dignaba a mirarlas, y eso le preocupaba. No le conocía ni una sola novia. Necesitaba nietos. No quería morir sin conocer a los próximos herederos de la fortuna Lancaster. Su hijo realmente necesitaba una familia.—Lo lamento, pero estoy envejeciendo. Quiero verte casado, con una familia. ¿Acaso mis deseos no te importan? Moriré pronto y no tendré la dicha de conocer a mis nietos.Nicolás no sabía qué decir. Era la quinta vez que su padre insistía en que se casara, pero no estaba interesado en formar una familia.Miró a su asistente de reojo. Notó que el joven tecleaba algo en la computadora, aparentem
Hellen estaba de pie frente a la enorme mansión de su actual esposo. Había firmado el acta de matrimonio esa misma mañana.Ingresó al lugar con paso firme, su andar elegante reflejaba la seguridad que siempre la había caracterizado. Su cabellera negra, que caía hasta su cintura, brillaba bajo la luz, y sus ojos verdes, tan intensos como dos esmeraldas, se pasearon con curiosidad por la sala de estar.Era una mansión impresionante, digna de una mujer como ella. Sin embargo, su expresión se tensó al notar que no había rastro de Nicolás. ¿Acaso había olvidado que ella llegaría esa tarde?—Señora, soy el mayordomo. Lamento informarle que el señor Lancaster no vendrá esta noche. Tiene mucho trabajo. Por favor, sígame, le mostraré su habitación.Hellen frunció el ceño. ¿Cómo era posible que su esposo la ignorara el mismo día de su boda? Aquello era inadmisible.—¿Dónde está mi esposo? —preguntó con evidente molestia.Había crecido acostumbrada a ser el centro de atención. Era una mujer
Hellen ingresó caminando de manera elegante, su belleza capturó la atención de los presentes; nunca pasaba desapercibida, y ella lo sabía.La recepcionista la miró de pies a cabeza con algo de envidia. No podía permitir que una mujer como esa estuviera en las instalaciones, podía llamar la atención del jefe.La joven se acercó, visiblemente molesta, mientras miraba su celular constantemente.—¡Buenas! ¿Me indica dónde se encuentra la oficina del señor Lancaster, por favor?Dina la observó con desprecio, frunciendo los labios y soltando un suspiro de fastidio.—¿Señorita, tiene una cita? —preguntó con frialdad.—No, pero necesito hablar con el señor Lancaster. Es de suma importancia.—Y yo soy la reina de España —respondió Dina con sarcasmo—. Si no tiene una cita, será mejor que se marche.Hellen la miró con irritación. No era necesario que la trataran de esa manera, y ella no iba a permitirlo.Continuó avanzando, ignorando los gritos de la mujer. Esa estúpida no sabía con quié
Hellen se encontraba furiosa. Estaba segura de que su esposo había escuchado cuando gritó su nombre y simplemente la había ignorado.¿Acaso pensaba ignorarla durante todo el matrimonio? Ella había aceptado casarse por despecho, no por amor. Quizás se había apresurado.Caminaba de un lado al otro en la mansión. Había amanecido en el sofá, con varias botellas de alcohol a su lado.Sentía un dolor punzante en la cabeza. Escuchó pasos acercándose, levantó la mirada y observó a Cecilia. La mujer se acercó rápidamente, parecía preocupada.—¿Estás bien, Hellen?Hellen trataba de recordar lo que había sucedido después de empezar a beber, pero su mente estaba en blanco.—Lo estoy —murmuró, llevándose las manos a la cabeza.—Anoche me llamaste, estabas llorando. ¡Y ahora me dices que nada sucedió!Hellen no recordaba haber llamado a su mejor amiga. Quizás, en el calor de las copas, había cometido una locura.—¿Qué fue lo que dije? —preguntó, apenada, mientras se frotaba la frente.Ceci
Las palabras de Hellen fueron como un balde de agua fría para Nicolás. No podía negar que la mujer frente a él lo había tomado por sorpresa. Sus ojos se clavaron en ella, intentando descifrar quién era realmente. Entonces, esa era la descarada que había aceptado casarse con él por dinero. ¿Cuánto le habría ofrecido su padre para que aceptara un matrimonio sin amor?—¡Esposa! —repitió con un tono cargado de sarcasmo, haciendo énfasis en la palabra—. Ese título te queda demasiado grande, ¿no lo crees?Hellen no se dejó intimidar por su actitud.—Bueno, eso es lo que dice nuestra acta de matrimonio. Para bien o para mal, estamos casados, y hay cosas que necesitamos aclarar.Nicolás bufó con desdén. Su paciencia estaba al límite; no tenía interés en hablar con ella.—¿De verdad crees que un maldito papel me hará cambiar de opinión? —dijo con frialdad—. Si piensas que con esto me tendrás comiendo de tu mano, estás equivocada. Quítate de mi camino o lo lamentarás.Hellen sintió cómo la