—Damián—
Estoy de pie, un paso detrás de ella, anclado en la entrada. Veo cómo Adeline se disuelve en su familia. La veo reír, llorar, la veo ser ella de una forma que no había visto en la ciudad.
Verla correr hacia su padre, verla abrazar a esos niños... una mezcla de alegría por ella, y una extraña nostalgia por algo que nunca tuve, me invade.
Y entonces, el clic.
El ambiente cambió bruscamente. No fue un sonido, fue una ausencia de sonido. Las risas se cortaron. Las sonrisas de los adultos se congelaron.
Sentí el peso.
Todas las miradas de la habitación giraron de ella hacia mí. Como un solo organismo, sus cabezas se volvieron y sentí cómo me taladraban.
Sabía a qué se debían esas miradas. Mierda.
La llamada que había hecho esa mañana, la tensa conversación con Robert Carson donde le expliqué la situación, se suponía que debía evitar exactamente esto. Les pedí discreción. Les rogué que la trataran con normalidad, que fingieran. Se suponía que esas miradas debían ser más disimuladas