La noche envolvía la Cresta del Cuervo en un manto de sombras, el aire cargado con el aroma de pino y tierra húmeda. Ryan, Lyanna, Kael, Tiberius y un grupo reducido de reformistas avanzaban en silencio por el sendero empinado, sus pasos amortiguados por el musgo. Los exploradores de Claro de Luna, liderados por Marek, cubrían la retaguardia, sus ojos escudriñando el bosque en busca de señales de emboscada. La noticia de un campamento de cazadores en la Cresta, confirmada por los exploradores, había encendido una urgencia que pesaba sobre todos. Si Brisa Clara y los cazadores estaban preparando un nuevo ataque, esta era su última oportunidad para encontrar pruebas irrefutables del pacto de sangre.
Ryan caminaba junto a Lyanna, su presencia a su lado una mezcla de consuelo y desafío. El beso que habían compartido la noche anterior aún resonaba en su pecho, una chispa de esperanza en medio del caos. Pero la sombra de Cleo lo perseguía, su imagen en el consejo—fría, calculadora, pero con