VERONICA
Bruno como un lugar sombrío y opresivo. La primera vez que entré, me sentí como si estuviera siendo engullida por una nube de oscuridad. El aire estaba cargado de un olor a humo y a algo más, algo que no podía identificar.
La decoración era minimalista, pero no de una manera elegante o sofisticada. Más bien parecía que Bruno había renunciado a cualquier intento de hacer que el lugar se sintiera acogedor. Las paredes estaban pintadas de un color gris sucio, y el suelo estaba cubierto de una alfombra raída y desgastada.
La habitación principal estaba dominada por una gran cama de matrimonio, con sábanas negras y una colcha de cuero que parecía haber sido arrancada de la espalda de algún animal. La cama estaba rodeada de velas negras, que parecían estar siempre encendidas, y el aire estaba lleno del olor a cera derretida.
—¿Qué tanto miras?
—Tu apartamento es muy bonito. Se parece mucho a ti. Todo un riquillo.
—¿Un riquillo? ¿Eso es un cumplido?
—Claro que sí —dije, sonriendo—.