—¡Eres mía! —gruñe sobre mi hombro, y en ese instante, aquello que jamás había ocurrido... sucede. Mi esencia se desprende de mi cuerpo humano como un suspiro eterno.Me muestro ante él tal como soy: piel azul petróleo, ojos violeta, cabello marfil que brilla como hilos de luna. Soy yo, desnuda en alma, revelada sin máscaras.Pensé que Ojitos Lindos, aunque ya me había visto antes y no lo recordaba, me rechazaría. Temí verlo apartándose, espantado por lo que soy en verdad. Pero no. No lo hace. Por el contrario, su agarre se vuelve más feroz, más primitivo. Más suyo.—Eres mía, diablilla... mi leona. Aunque fueras la bruja del pantano, nací para amarte y estar a tu lado —susurra con voz ronca, voz de fuego, mientras sus labios se deslizan por mi cuello con una lentitud que me quema desde dentro.Entonces, clava sus colmillos en mi piel, arrancándome el aliento, obligándome a depender de él para respirar, para vivir.Mi mente se disuelve en el deseo. No pienso, no razono. Solo anhelo se
—¡Alfa! ¿Qué haces aquí? —pregunta, exaltada, mi Luna al abrir sus bellos ojos y verme contemplando su rostro.—Te desmayaste, y como llevas en tu vientre a mi cachorra, estaba esperando que despertaras para asegurarme de que comieras —digo, alcanzándole la bandeja con sus antojos y una rosa amarilla. Mi nana me dijo que son sus favoritas.—Gracias —responde, mirándome de manera extraña. Arquea una ceja, y se ve tan adorable que debo contenerme para no lanzarme encima.Deseo devorar su boquita, deslizar mis manos a través de su cuerpo y hundirme en medio de sus piernas...P. V. O. Lennon ForgetMi bella diablilla, Júpiter. Me ha estado siguiendo durante toda la semana. Tuve que obligarme a mantener la misma rutina; esa era la única forma de disfrutar su aroma y conocer, poco a poco, sus gustos.Tengo el hábito, junto al Alfa, de levantarme muy temprano y recorrer la manada. Es nuestra forma de mantenernos informados sobre lo que sucede.Mi pobre Diablilla me siguió, y se notaba a legu
Narrador omnipresente.—¿Qué hace ella aquí? —le pregunta Salvador en un susurro al ver a Raiza descender de un automóvil elegante mientras acompaña a doña Gertrudis a hacer unas compras.—¿Acaso la conoces? —replica la anciana, levantando una ceja con curiosidad.—Directamente no, pero sé por una buena amiga que es una víbora venenosa… —responde, lanzando una mirada de reojo a Raiza, quien camina con altivez y distinción, luciendo un traje azul petróleo de diseñador. Ella tiene una mirada de superioridad y una sonrisa que destila hipocresía.—Esa mujer es peor que una araña ponzoñosa —comenta la mujer mayor, mirándola de lado mientras acelera el paso, evidentemente tratando de evitar que note su presencia.—Pero, ¿por qué está aquí? —insiste Salvador, su voz cargada de curiosidad y desconcierto. “¿Qué dejé pasar en la investigación que le hice?”, se pregunta para sí mismo, su mente inquieta con la posibilidad de haber cometido un error.—Ella es la madrastra de mi niño, Arón, la mad
—¿Qué pasa, Annie? —pregunta Júpiter al entrar a la habitación.Annie ignora la pregunta y continúa sacando la ropa del clóset, acomodándola en la maleta.Júpiter se acerca, toma su mano con suavidad y la obliga a detenerse. Sus miradas se cruzan. Ella percibe el miedo en sus ojos.—Dime, ¿qué está ocurriendo? Tú no eres de las que huyen como un ratoncito asustado al ver al gato.—Tuve una visión… Esa mujer… ella asesinaba a mi hija y a Arón. Traté de ignorarla, pensé que estaba lejos y que simplemente estaba sugestionada… No había querido darle importancia… Pero ahora Raiza está aquí, a unos cuantos kilómetros de distancia… Sencillamente no puedo arriesgarme a perderlos —dice con la voz entrecortada, mientras las lágrimas descienden por sus mejillas y su cuerpo se estremece.—Eso nunca pasará —le asegura Júp, abrazándola con fuerza, transmitiéndole toda su confianza.Arón no puede quedarse inmóvil, esperando una respuesta. Cuando la ve alejarse, siente que el aire le falta y, sin pen
—Déjame bajar y averiguar qué sucede. Mientras tanto, descansa y cuida de mi cachorra —murmura el Alfa, sellando sus palabras con un beso suave en los labios de Annie.—Lobito, esto lo enfrentamos juntos. No me dejes fuera —protesta ella, sujetando su mano.Arón sonríe y la abraza para emprender el camino.—Annie —Júpiter la sujeta del brazo para detener sus pasos—, deja que él se adelante. Nosotras buscaremos un lugar para observar el espectáculo. Te aseguro que tendremos una vista perfecta para planear el contraataque sin estar en el ojo del huracán.—¿Tan grave está la situación? —pregunta Annie, con el ceño fruncido y llena de curiosidad.—Sí, mi pobre Ojitos Lindos está atrapado en medio de esa jauría de lobos desquiciados. Deja que el Alfa baje y ponga orden.Annie exhala con frustración antes de mirar a Arón.—Lobito, ve. Yo estaré aquí. Pero ten cuidado —susurra antes de darle un beso apasionado.—¿Dónde estarán? —pregunta Arón, mirando a ambas mujeres con preocupación.—En tu
—Señores, gracias por tan sinceras felicitaciones —dice Arón, con ironía evidente en su tono de voz—. Ahora, me gustaría saber a qué se debe esta amable visita, ya que no los esperaba.—Alfa supremo, estábamos preocupados por usted, ya que no nos respondía las llamadas. Y, ante el incidente con la manada Luna Creciente… llegamos a pensar que se estaba ocultando para no darnos las debidas explicaciones de lo ocurrido… —expresa uno de los miembros del concejo con total alevosía, olvidando a quien le habla.Arón, a tomado la decisión de no interrumpir las idioteces que dicen, los dejara que hablen, pero sus palabras tendrán precio, tal vez no ahora…—Después de haber tomado la ley en sus manos, sin consultarnos ni siquiera en forma simbólica, como si el resto del consejo fuera irrelevante... —continúa el hombre mayor, su voz desafiante. Asume que su cabello canoso, le da el derecho de hablarle así al Rey. Mantiene el porte imponente, su rostro delineado de arrugas del paso implacable d
—Lobito, no cedas en eso —ordena Annie con firmeza, sus ojos brillando con travesura.—Potra, pero sería la oportunidad perfecta para alejarme de esa mujer. No me veo durmiendo junto a ella —replica Arón, frunciendo el ceño con incomodidad.—Ni lo sueñes. Eso jamás pasará —contesta Annie con un tono cortante, dejando clara su postura.—Tío, lo siento, pero no puedo complacerte. Mi cachorro es mi prioridad, y no hay nada ni nadie que me aleje de él —dice Arón con una sonrisa helada, su mirada fija y penetrante taladrando a Octavio.—Cuñado, ya basta —interviene Virginia con suavidad. Su mano se posa en el brazo del hombre, ejerciendo una ligera presión para calmarlo—. Mañana, ante la diosa Luna y las manadas, serán oficialmente pareja. Es natural que él quiera estar cerca de su Luna.Octavio acepta su derrota y asiente, pero debe pensar en algo rápidamente. No puede permitir que Vanessa esté cerca de Arón; si él detecta el olor del cachorro, todo se vendrá abajo.—Ven, acompáñame por u
Octavio sale al patio encendiendo un tabaco con manos temblorosas. El clic del encendedor rompe el silencio denso del lugar. Traga una bocanada de humo que arde en su garganta, tratando de sofocar el enojo que le quema la sangre como fuego líquido. Pero no lo logra. No cuando, desde la cocina, se cuela el sonido áspero de un gruñido que le eriza hasta la nuca. Su mandíbula se tensa hasta doler, los músculos crispados y la piel electrificada por una furia que apenas contiene. Una corriente de rabia le sube por la columna, y sin pensarlo, arranca el tabaco de sus labios y lo aplasta con violencia contra la tierra húmeda de una maceta cercana, extinguiendo su llama como si fuera el cuello de quien lo irrita. Gira sobre sus talones con un movimiento felino, los ojos encendidos, la respiración agitada. Entra a la casa como un vendaval, el eco de sus pisadas golpeando con dureza el reluciente mármol bajo sus pies, como un anuncio de tormenta inminente. Al llegar a la cocina, su mirada