-XXII-

Daylhan llegó a la casa de Neilan y Gydeon. Con cuidado, evitando hacer ruido, abrió la puerta y se adentró de puntillas. Pudo oír la voz del rubio junto con los gruñidos del castaño oscuro. Desencajando los ojos supo lo que estaban haciendo. Goloso por ver si repetían postura, se asomó, sigilosamente, por la entrada de la habitación...                                  Y sus ojos se abrieron de par en par.

Neilan, sentado a horcajadas sobre Gydeon, pero dándole la espalda, botaba, eufórico, sobre el erecto miembro del otro.          Ojiplático, Daylhan no perdía detalle de ambos hombres.

En menos de un mes que llevaba entre ellos, había aprendido más que toda una vida en su pueblo.

Escuchando los gemidos de Lyam y los gruñidos de Gideon, decidió que esa noche mejor si dormía en la habitación de sus hijos. Solo por darles intimidad y un rato para únicamente

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