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Capítulo 5. Ha sido una trampa

Ximena caminaba con dirección a un altar improvisado en el jardín de la mansión Lancer. Era llevada de brazos por la señora Gertrudis, al igual que las 5 esposas anteriores de Félix. 

Una extraña sensación en su estómago y un nerviosismo la invadía por todo el cuerpo. Se preguntaba cuánta de esas mujeres habían usado ese mismo vestido blanco que ella tenía puesto. 

Toda la familia Lancer estaba reunida, como ya era costumbre cada vez que Félix se casaba. 

Félix entró también en el jardín caminando acompañado de su padre, el poderoso magnate multimillonario Facundo Lancer. Quien lo llevó hasta el altar en una extraña contradicción de las tradiciones nupciales. 

—Ésta es la indicada, hijo. Lo sé—, dijo Facundo en el altar antes de ir a tomar su lugar entre los asientos. 

El ministro que precedió la boda era un viejo aliado de la familia Lancer. Y también era el mismo que había casado a Félix las primeras 5 veces. 

Un famoso abogado de nombre Adalberto Mijares. El mismo Adalberto Mijares que le hizo creer a Xander que estaba en contra de la familia Lancer y que podía ayudarlo a ganar el caso. 

Ximena reconoció el nombre del abogado que Xander nombró la última vez que hablaron, y se tuvo que esforzar para no vomitar sobre el altar. 

Un sentimiento de abandono y humillación la invadió de inmediato. Se sentía atrapada en un monopolio sin salida. Un juego cruel y sádico en el cual Félix era el único que movía los hilos para manipular a todos. 

—Queridos amigos. Hoy nos encontramos reunidos para celebrar la unión de éstas almas alegres, que se aman y desean estar juntas para siempre.

—Ahórrate todo eso. No tengo todo el día. Ve a la parte que me interesa—, ordenó Félix.

—Muy bien...—, dijo Adalberto, mientras adelantaba las páginas del libro que tenía enfrente—, Señor Félix Lancer, ¿Aceptaba a....?

—Si, acepto—, dijo Félix interrumpiendo. 

—Y tú, Ximena Montenegro, ¿Aceptas a Félix Lancer como tu esposo?

Ximena hizo una pausa momentánea que creó intriga en lugar de drama. Todos sabían el riesgo que corría Ximena si se negaba o decía que no. Félix era capaz de quitarle la vida en ese preciso lugar. 

—Si...—, Ximena aclaró su garganta, como si estuviera obligando que las palabras salieran de su boca—, Acepto...—, dijo.

—En ese caso, los declaro marido y mujer. Puede besar a la novia. 

Pero no hubo beso, no hubo aplausos ni felicitaciones. Todos se morían por salir corriendo de ese lugar. Hacía calor y para ellos ya resultaba muy aburrido estar en una de las bodas recurrentes de Félix. 

Félix se quitó la corbata y la colocó a un lado de su cuello.

—Ésta cosa me provoca comezón. Nunca más volveré a usarla—, dijo. 

—¿Ya... me puedo ir?—, preguntó Ximena confundida. 

—Si, si. Regresa a tu habitación y espérame sin ropa—, ordenó Félix. 

—Como usted diga, señor—, Ximena obedeció sumisa y con una pequeña reverencia. Ahora que era la esposa de Félix, debía ser más "agradecida". 

Esa noche fue la más difícil de su vida. Félix se quedó toda la noche con ella en esa habitación y se marchó durante la madrugada, cuando casi salía el sol. 

—Hoy no podrás salir a ningún lado—, dijo Félix, mientras se terminaba de vestir.

—¿Hice algo malo, mi señor? 

—¡No seas estúpida!—, gritó—, A partir de hoy estás en periodo de fecundación. No quiero que hagas absolutamente nada. No vas a tomar el sol, no vas a bajar las escaleras. Solo quiero que estés aquí encerrada hasta que estés embarazada.

—Si, señor...

Ximena estaba cabizbaja y con los dedos entrelazados, mientras que Félix se aseguraba que la cerradura de la puerta funcionara a la perfección. 

—Estaré afuera por unos días. Voy a celebrar mi casamiento. Cuando vuelva te haremos una prueba—, dijo Félix. 

—Entendido, señor.

La puerta se cerró y Ximena escuchó como la cerradura giraba desde fuera para quedar totalmente hermética. 

Las horas pasaron y su estómago comenzó a rugir por el hambre. No había comido nada durante todo el día y ahora solo le quedaba estar acostada sobre la cama mirando el techo de la habitación. 

Un pensamiento muy extraño pasó por su mente, algo que la hizo reír en la soledad de esa habitación. 

—Extraño la comida de la prisión—, pensó cuando vio que se estaba oscureciendo y aún no había comido nada. 

Tres ligeros golpes en la puerta de madera llamaron poderosamente su atención. 

—¿Hay alguien ahí?—, preguntó intrigada acercándose a la puerta. 

Quizás estaba alucinando por el hambre, pensó por un momento. 

Estaba a punto de regresar a la cama, cuando vio un plato aparecer debajo de la puerta. En el plato había una crepa de jamón y queso, lo que le pareció muy extraño. 

—Bon appétit—, dijo una voz que Ximena reconoció de inmediato. Era su cuñada Abigail.

—¿Señora Abigail? ¿Me está ayudando? 

—¿Por qué no lo haría?—, preguntó Abigail. 

Ximena guardó silencio, mientras comenzaba a comer rápidamente para calmar su hambre. 

—Oh, entiendo—, dijo Abigail—, Crees que soy igual que mi hermano por la manera en la que te he tratado.

Ximena no supo qué responder. Sin embargo, ese suspiro se pudo escuchar en el pasillo exterior.

Abigail se recostó contra la puerta y también suspiró. 

—Necesito salir de aquí, Abigail—, dijo Ximena y su voz se quebró un poco.

—Me gustaría poder dejarte salir, pero eso significaría tener a mi papá y a Félix como enemigos. 

—Claro, primero la familia—, dijo Ximena con sarcasmo. 

Abigail frunció el ceño y cruzó sus brazos. 

—¿Y luego qué? 

—¿A qué te refieres? 

—¿Qué harás después de salir de aquí? 

—¿Estás hablando en serio? 

—Totalmente. 

—Correría muy lejos de este infierno. Buscaría ayuda en la policía. 

—Muy bien... 

Abigail hizo silencio por unos segundos y Ximena pensó que se había ido. 

—¿Señorita Lancer? ¿Sigue allí? 

En ese momento se escuchó la puerta abrirse. La cerradura giró desde afuera y ahora Ximena estaba libre. 

Se acercó lentamente para percatarse de que realmente estuviera abierta y que no fuera algún tipo de broma pesada por parte de Abigail. 

Abrió la puerta y miró hacia afuera, en el pasillo. Movió su cuello de derecha a izquierda y no había nadie. Era la oportunidad perfecta para escapar. Luego habría tiempo para agradecerle a Abigail. 

Ximena comenzó a correr con todas su fuerzas sin mirar atrás. Abrió puerta tras puerta y bajó todas las escaleras que se encontró en el camino, y en cuestión de minutos estaba en el jardín de la mansión y posteriormente en el estacionamiento. 

En ese lugar se encontró con un hombre que estaba limpiando la pintura de una limusina para sacarle más brillo. Parecía ser que era la única persona en kilómetros.

—¡Por favor! ¡Por favor! ¡Tiene que ayudarme!—, exclamó Ximena desesperada. 

—Mantenga la calma, señorita. ¿Cuál es el problema? 

—Félix Lancer me tiene secuestrada en esta mansión. Usted debe llevarme a la policía para poner una denuncia. 

—Por supuesto. De inmediato. Solo suba en la limusina. 

Ximena subió en el asiento del acompañante y el hombre se subió en el asiento del conductor.

—Todo va a estar bien—, dijo el hombre para animar a Ximena. 

Ximena sintió un gran alivio cuando la limusina salió de la mansión Lancer y tomó el camino hacia la ciudad.

—Ya estoy más tranquila—, dijo Ximena. 

—Eso me alegra, señorita. 

—Disculpe, no he podido darle las gracias correctamente. ¿Cuál es su nombre? 

Pero, ese chófer no respondió ésta vez. Solo guardó silencio. 

—¿Señor?—, insistió Ximena, pero el hombre seguía callado. 

—No le permitimos a los choferes decir sus nombres—, dijo Abigail desde el asiento trasero que estaba totalmente oscuro. 

Ximena trató de abrir la puerta al descubrir la trampa, pero fue inútil. 

Abigail marcó un número telefónico en la pantalla de su móvil y comenzó a llamar. 

—Hermanito... Te hablo desde afuera de la mansión. Te cuento que tu nueva mascota trató de escapar—, dijo Abigail a través de la llamada telefónica.

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