13.
Daniel.
Debí pensármelo dos veces antes de permitirle a mi secretaria, (que en realidad es mi alumna) que subiera al mismo auto conmigo, y peor aún, que me acompañara a esta jodida convención. No llevamos ni media hora de carretera y ya siento las consecuencias de compartir el mismo espacio con ella, que se traducen —A mí, duro y molesto— A todo eso le añadimos que no puedo sacarme de la cabeza la asquerosa mirada lasciva que el maldito parásito de Gutiérrez le echó.
Todavía siento el calor familiar de la sangre ardiendo bajo mi piel, y todo por haberme contenido de retorcerle el cuello como tanto quería. Corrección; todavía quiero. Deseo con todas mis fuerzas sacarle los dos ojos y luego hacer que se los trague solo por haberla mirado como lo hizo. O por haberla mirado en absoluto. La única razón por la que me contuve, fue porque no me conviene dar una imagen errónea sobre lo que ocurre entre la recluta y yo; qué, en definitiva, no es nada.
Estoy seguro de qué Gutiérrez no se creyó