El teléfono suena poco después del amanecer.
Lucy, que apenas ha dormido, salta de la cama con el corazón latiendo a mil por hora.
Por un instante teme contestar; tiene miedo de que sea otra mala noticia, otra piedra en el camino.
Pero cuando escucha la voz al otro lado de la línea, algo dentro de ella se ilumina.
—Señorita Monroe —dice el abogado con tono contenido—, la fianza fue aceptada. Sawyer saldrá en libertad esta tarde.
Por un segundo, Lucy se queda sin aire.
—¿De verdad? —pregunta con un hilo de voz.
—De verdad. Todo está listo. Deberá presentarse a las tres frente al portón principal del centro penitenciario para recibirlo.
Cuando cuelga, se lleva una mano al pecho.
El corazón le late tan rápido que siente que podría romperle las costillas.
Sawyer. Libre. Libre al fin.
El alivio la inunda como una marea cálida. Durante semanas, había vivido con el alma en vilo, luchando contra el cansancio, la frustración y el miedo.
Y ahora, por primera vez, siente que todo ese esfuerzo h