La oficina de Kenneth estaba en penumbra, solo iluminada por la luz amarilla del atardecer que se filtraba por las persianas.
La atmósfera era densa, cargada de la misma electricidad que había recorrido la sala la primera vez que había hablado con Justin.
Kenneth se recostó en su silla, cruzando los brazos con esa sonrisa calculadora que parecía prometer tormenta. Sabía que había encendido algo en el joven que estaba dispuesto a explotar.
—Bien, Justin —dijo, la voz baja pero firme—. Tenemos que trazar nuestros movimientos con cuidado.
Nada de impulsos. Cada acción debe ser medida, cada palabra dicha en el momento exacto.
Esto no es solo un juego de poder; es un juego de supervivencia profesional. Y créeme, hijo de Campbell, mi experiencia me dice que sabes exactamente cómo moverte en este terreno.
Justin lo observaba, todavía un poco nervioso, pero sintiendo la emoción de tener finalmente un plan, un camino a seguir.
La idea de vengarse de su padre, o al menos de equilibrar la b