Los días posteriores a la gala transcurren como una niebla espesa alrededor de Isabella. A pesar de la rutina que se esfuerza por mantener, algo ha cambiado. Lo siente en el ambiente, en la forma en que ciertas miradas se clavan en su espalda, en los susurros que se apagan cuando pasa.
Pero sobre todo, lo siente en Camille.
Cada vez que sus caminos se cruzan en Blackwood, Camille parece llevar puesta una máscara de cortesía, tan impecable como su maquillaje. Sin embargo, debajo de su sonrisa pulida hay algo más: un filo, una sombra de veneno cuidadosamente disfrazada.
Hoy no es la excepción.
Isabella camina por uno de los pasillos principales, un montón de carpetas en brazos, cuando la figura estilizada de Camille aparece a la vuelta de la esquina.
—¡Isabella! —exclama ella, su voz como una campana dulce, pero con un eco que no encaja del todo—. ¡Qué eficiente te ves! Siempre tan ocupada.
La frase, en apariencia inofensiva, resuena en Isabella como un zumbido molesto.
—Gracias —respon