—¡Suéltame! —exigió Natalia, cuando entraron en la habitación.
Los niños se habían quedado en la pequeña sala junto a su madre y ahora estaba aquí, encerrada en una habitación con este monstruo que no dejaba de observarla como si quisiera devorarla. La sola idea le daba pavor.
—¿Qué sucede, Natalia? Antes me suplicabas para que te tocara y ahora te atreves a poner esa expresión. No me está gustando nada tu actitud, así que será mejor que la cambies si no quieres que tome represalias al respecto —amenazó Roberto, ofendido por su mueca de asco, una que no pensaba cambiar, porque el hombre frente a ella no hacía otra cosa que repugnarla.
—No me importa lo que quieras o dejes de querer, Roberto —respondió altivamente. No se dejaría amedrentar—. ¡Me das asco y eso no será algo que puedas cambiar ni en un millón de años!
Dichas esas palabras, Natalia sintió que el mundo se desdibujaba bajo sus pies. Su cabeza dio vueltas, un fuerte sonido resonó en el aire y su rostro se llenó de un dolo