—¿Qué ocurre, Natalia? —le preguntó su esposo cuando colgó la llamada.
La mujer estaba pálida, su frente sudaba y sus manos temblaban, cosa que llamó mucho la atención de Fabián.
—Es… es…
—¿Qué es? —presionó al ver que tartamudeaba y que no podía formar una oración coherente.
—Es sobre Aleja —mintió. No podía decirle que acababan de llamarla unos secuestradores, aquello era lo primero que le habían advertido y no podría en riesgo la vida de sus hijos por nada en el mundo—. Encontraron más información sobre su caso. Descubrieron que estuvo siendo torturada por un tiempo… Yo solo quiero irme a casa.
Su esposo, al escuchar la mención de su amiga, entendió entonces la razón de su malestar y no le hizo más preguntas al respecto. Sabía perfectamente que aquel tema le afectaba bastante.
—Vamos —la guío suavemente, tomándola por la cintura y ayudándola a caminar. En este caso, si lo necesitaba, sentía que sus piernas estaban débiles y que en cualquier momento iba a desmayarse—. Estos últi