Los ojos de Orena se llenaron de lágrimas a medida que más recordaba momentos de su juventud.
Tenía diecisiete años cuando su padre anunció que la empresa de su familia estaba a punto de entrar en una situación de la que era imposible salir.
—Pronto tendrás que mudarte a una nueva casa, Orena —le había dicho Claudio Arteaga con lágrimas en los ojos.
—¿Por qué, papá? ¿Qué ocurre? —la angustia se apoderó de su voz, al tiempo en que sus manos temblaban. Tenía miedo, mucho miedo.
—Lo que pasa, hija, es que —le costaba decir las palabras, no sabía cómo informarle a su pequeña todo lo que se le avecinaba—. La empresa... ha caído en quiebra —soltó. El patrimonio de su familia se acababa de ir a la basura por sus malas decisiones—. Hemos perdido prácticamente todo. Y para empeorar las cosas, la casa será embargada en los próximos días.
—¿Qué?
Los ojos de Orena se abrieron muy grande, no podía creer lo que acababa de escuchar.
—Cometí errores, hija —para ese momento las lágrimas caían com