La alarma sonó y Natalia rápidamente se levantó de la cama, dispuesta a comenzar su día con entusiasmo.
Se dio un corto baño y se dirigió a la cocina para dar indicaciones especiales a las cocineras sobre el desayuno que deseaba preparar esa mañana.
«Debía ser algo especial», se dijo a sí misma emocionada.
—Señora, lo lamentamos, pero no podemos permitir que usted…
—Shhh. Nadie tiene por qué enterarse —respondió cómplice, mirando al par de mujeres que pretendían negarle el acceso a la estufa y al resto de los materiales.
No era la mejor cocinera ni mucho menos. Pero si algo había aprendido en esos años, era que debía hacer todas las cosas con amor.
Ese era un ingrediente esencial en cada plato y ese día era requerido más que nunca.
Así que se puso manos a la obra para hacer algo delicioso.
Una hora más tarde, Natalia tenía el tiempo justo para subir a la habitación de sus hijos y comenzar a alistarlos para el colegio.
Debía darse prisa.
Ya no eran únicamente ellos los que tenían clase