Emily

La noche había caído sobre la casa, envolviendo cada rincón en un silencio que parecía amplificar mis pensamientos. Los trillizos dormían plácidamente después de un día agotador, sus respiraciones acompasadas como una melodía que me recordaba que, a pesar de todo, la vida continuaba su curso.

Me detuve frente a la puerta del despacho de Christopher. La luz que se filtraba por debajo delataba su presencia. Llevaba días observándolo, notando cómo se alejaba sutilmente, cómo su mirada se perdía en algún punto distante cuando creía que nadie lo veía. Algo lo atormentaba, y después de todo lo que habíamos vivido juntos, no podía seguir fingiendo que no lo notaba.

Respiré hondo y golpeé suavemente.

—Adelante —su voz sonó distante, casi mecánica.

Al entrar, lo encontré sentado tras su escritorio, rodeado de papeles. La lámpara proyectaba sombras sobre su rostro, acentuando esos ángulos que había aprendido a reconocer en la intimidad.

—¿Podemos hablar? —pregunté, cerrando la puerta tras