Capítulo 9

MEGAN

—Ahora —dijo mamá, su voz cálida y amigable llegando desde su habitación—. Voy a dar mis razones, y no se me ocurre ni una sola buena por la que no vengas a cenar conmigo.

Un hombre se rió tras su comentario.—¿Qué tal esto, Charlie? Tengo esposa y dos niños pequeños en casa.

El nombre de mamá era Charlene, pero no recuerdo a nadie que la llamara así cuando crecíamos. Para cualquiera que la conociera un poco, su nombre era Charlie. Era delgada y elegante, con un cabello plateado precioso que llevaba en mechones sobre los hombros, y ojos azul lechoso. Mamá estaba vestida con su típico estilo tomboy, una camisa de franela a cuadros rojos y negros y jeans grises.

Había perdido la vista años atrás por una condición llamada retinopatía diabética, que la había dejado ciega y dependiente de la insulina. Ambas condiciones juntas significaban que necesitaba cuidado las 24 horas. Pero mamá era del tipo hippie de la vieja escuela, de esas que pasaron la mayor parte de sus veinte y treinta años viviendo en comunas. Por eso amaba la vida aquí en Mercy Heart.

—Ay, qué pena —dijo—. El tema con mi condición es que no puedo saber si no estás usando anillo de casado. Todo lo que puedo oír es esa voz tan linda, y eso es todo lo que necesito para saber que sos tan guapo como el día es largo.

Otra risa.—Y vos tampoco estás nada mal.

—Las chicas te van a extrañar cuando llegue la hora de la cena. Les conté todo sobre vos.

—Me alegra saber que tengo un pequeño club de fans.

Me acerqué a la puerta de la habitación de mamá y la vi en su lugar habitual junto a la ventana, con su lectura habitual, un libro romántico ochentero escrito en braille, volcado en su regazo. El hombre con quien hablaba era un ordenanza alto, de hombros anchos y bastante guapo, aunque no parecía tener más de veinticinco años. Al verme acercar, levantó la mirada y sonrió.

—Bueno, parece que tienes visita —anunció—. Los dejo solos.

—Ah, nos vemos, Marcus —ambos rieron mientras Marcus salía por la puerta.

—Ella es algo especial —me dijo al pasar.

—Eso sí que lo sé.

Sonrió cálidamente mientras cruzaba la puerta y nos dejaba a mamá y a mí solas.

—Veo que no perdiste tiempo coqueteando con el nuevo ordenanza —dije con una sonrisa mientras entraba, dejando mi neceser en la cómoda y acercándome a mamá para darle un abrazo y un beso.

—Una chica tiene que divertirse de alguna manera por aquí.

Me abrazó y me senté en el borde de la cama. La habitación era pequeña pero acogedora, decorada con fotos de mamá y mía, junto con algunas pinturas que ella había hecho cuando todavía podía ver.—¿Qué pasa con el neceser? —señaló hacia el kit que había traído conmigo.

—¿Cómo supiste que era un neceser? —pregunté.

—Te juro, chiquilla, después de casi una década siendo ciega como un murciélago pensaría que ya estarías al tanto de mi superoído.

—Aun así —dije, recostándome sobre las palmas de las manos—, nunca deja de sorprenderme.

—Soy como un murciélago, total ecolocalización. Pero no necesito eso para saber que viniste aquí sola a visitarme. Otra vez.

—Mamá, no sé por qué pensás que algún día voy a aparecer con un prometido o algo así. No he tenido un novio serio en años.

—Créeme, lo sé —gruñó—. Pero tienes que dejar que tu mamá sueñe, ¿no? Una linda fantasía de que escuche tus pasos, tap-tap-tap, junto con el bum-bum-bum de un hombre a tu lado. ¿Y qué diablos? ¿Por qué no el pitter-patter de un par de zapatos pequeños también? Si voy a soñar, voy a soñar en grande.

Me reí aunque tenía ganas de cambiar de tema. Mamá no iba a dejarme salir tan fácil. Una sonrisa pícara se dibujó en sus labios, sus ojos se abrieron emocionados.

—Esperá, ¿es por eso que traés el neceser? —Se inclinó hacia adelante en su asiento—. Decime que tienes una cita esta noche, nena.

Me levanté y caminé lentamente por la habitación. A pesar de ser ciega, mamá me seguía con la mirada. Dejó de lado su libro, se levantó de la silla y se apoyó en la ventana detrás de ella. Años sin vista le habían enseñado a moverse por el mundo casi tan eficazmente como alguien que sí puede ver. Si no fuera por ese aspecto lechoso en sus ojos, sería fácil olvidar que no tiene visión.

—No es una cita —dije.

Mamá inclinó la cabeza, confundida.—¿Es con un hombre?

—Sí.

—¿Es por trabajo?

—No.

—¿Y solo vos y él?

—Solo él y yo.

Ella soltó una carcajada feliz.—Entonces ¡es una cita! —Se aplaudió las manos—. ¡Maldita sea! ¿Quién es el afortunado?

—Es un paciente que tuve hoy, un irlandés con mala visión.

—¿Qué tan mala? —preguntó mamá—. Porque si está totalmente ciego mejor que lo mandes para acá —agregó—, tendríamos un montón en común.

—Mamá —dije con tono plano.

—Está bien, está bien. Me controlo. Pero un irlandés guapo, Dios, yo solía salir con un irlandés. Se llamaba Killian, y fue en… ¿el setenta y siete? Yo era hippie, él un hombre de negocios de Dublín. Y te digo, los opuestos definitivamente se atraían.

—M-mamá —dije.

Mamá soltó una carcajada estruendosa.—En fin —dijo—, ¡eso es genial! Por fin tienes algo que no involucra que alguien lea letras diminutas en una tabla.

—Eso fue precisamente cómo empezó esto —dije—. Le hice un examen de ojos y...

—¡Te besó ahí mismo, en medio del consultorio! —terminó ella, con voz llena de emoción.

Tomé el libro romántico de mamá, cuya portada mostraba a un tipo increíblemente musculoso con ojos verdes penetrantes, la camisa abierta lo suficiente para mostrar su físico exageradamente trabajado, y una mujer sexy con un vestido ceñido en uno de sus brazos.

—Has leído demasiados de estos libros, mamá —dije, dejando el libro en su lugar.

Pero cuando lo dejé, estiré el cuello para mirar más detenidamente al hombre de la portada: alto, fornido y guapo, con ojos verdes. Cambiá la camisa rota por una Chaqueta y se parecía muchísimo a—

—Si me preguntás, no leés suficientes —me regañó, levantando un dedo hacia mí—. Te has metido tanto en el trabajo que te olvidas del amor, el romance y el s-e-x-o.

—Gracias por deletrearlo, mamá —dije riendo.

—Solo digo que sé que te gusta vivir tu vida mucho más… deliberadamente que yo. Te gusta tener tu horario, tus planes, tu rutina. Y lo entiendo, de verdad —me aseguró—. Pero tienes que relajarte y divertirte de vez en cuando. Te juro, sos la mitad de mi edad y yo me suelto más con mis chicas en el almuerzo que vos. ¿Qué pasa con eso?

—Simplemente no quiero distracciones —dije.

—¿Ah, sí? Porque desde donde estoy sentada, parece que tu vida está llena de ellas. Como distracciones de una de las pocas cosas que realmente importan en la vida: el amor.

—Llegará cuando tenga que llegar. Estoy feliz con mi vida. De verdad.

—Claro, claro.

—En fin —dije, enfatizando cada sílaba para cambiar el tema—. Basta de mi vida amorosa. ¿Qué ha pasado contigo?

Me acerqué al espejo y empecé a retocar mi maquillaje mientras mamá me contaba todas sus aventuras en la comunidad con sus amigas. Por supuesto, me alegraba escuchar todo eso. Saber que mamá estaba en buenas manos y que tenía un grupo divertido de amigas con quien pasar el tiempo me ayudaba a sentirme mejor respecto a su situación.

Cuando terminé de arreglarme, llegaron las mejores amigas de mamá para llevarla a cenar.

—Nos vemos, mamá —dije, dándole un beso mientras nos íbamos.

—Nos vemos, cariño. Y recuerda lo que te dije: ¡divertite! ¡Te lo merecés! —Sus amigas la llevaron y me dejaron sola.

Suspiré, preguntándome si “divertirme” era algo remotamente parecido a lo que sentía sobre la noche que se venía.

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