CONNOR
—Ahora, quédate bien quieto donde estás, chico.
Gruñí, sintiendo mi cuerpo pesado, como si mis huesos fueran de plomo sólido. —Necesito levantarme —dije—. Y quitarme estas malditas cosas.
Intenté alcanzar las vendas de mi cara, pero ni siquiera llegué cerca antes de que ocurriera lo mismo de siempre cuando trataba de quitármelas. Jacob se acercó de prisa y me apartó las manos como si fuera un niño pequeño que intenta agarrar una bandeja de galletas recién horneadas.
—La cirugía no le cambió la personalidad ni un poquito. Más terco que nunca —dijo la tía Roxie desde el teléfono de Jacob.
—Supongo que todo esto te parece gracioso, ¿verdad? —pregunté—. ¿Verme revolcar como un maldito pez fuera del agua?
—No es gracioso —respondió Roxie—. Estarías loco si creyeras que me divierte el sufrimiento de mi familia.
—Pues no suena para nada así.
—¿Cómo ha estado? —preguntó, dirigiéndose a Jacob.
—Bien —contestó Jacob, su voz clara entre la oscuridad frente a mí—. Ha estado aquí desde el