MEGAN
Tomé un gorro color camel y me lo puse justo a tiempo para oír el timbre del intercomunicador. Le abrí, y mi estómago se tensó a medida que se acercaba.
Por mucho que no quisiera admitirlo, estaba nerviosa –y no del tipo de nervios por miedo, sino por emoción. No recordaba la última vez que un hombre me había hecho sentir así. En realidad, sí lo recordaba: la última vez que vi a Connor.
Un golpe rápido y enérgico sonó en la puerta, y después de tomar una última bocanada de aire, la abrí y me hice a un lado. Connor se veía tan bien como siempre. Llevaba una chaqueta marrón claro con forro de borrego y el cuello alto levantado, un par de jeans oscuros y un suéter grueso de lana negra. En su rostro había una sonrisa arrogante y segura, como si no tuviera la menor duda de si me alegraba verlo o no.
Pero antes de decir una palabra, sus ojos bajaron a mi pecho y asintió con aprobación.
—Bonito.
Mi rostro se sonrojó.
—¿Perdón?
Alzó los ojos hasta los míos y siguió sonriendo.
—Tu suéter