Capítulo 2: Fantasma del pasado

Por un momento, los tres guardaron un silencio abrupto, casi tanto como la noticia falsa que acababa de recibir Ciabel.

Mientras tanto, Damián acababa de procesar sus propias palabras.

Debía ser por el sueño, se decía, que no pensaba bien todo aquello que estaba saliendo de su boca. Además del agotamiento que le producía la atención de la prensa sobre su vida personal.

Por un momento, la ladrona creyó que era buena idea salir corriendo otra vez. Por alguna razón, no lo hizo. Estaba paralizada, sorprendida y ¿Dónde demonios había visto a aquel hombre hermoso?

Se había quedado fascinada por sus ojos color miel. No, no. No debía pensar en esas cosas.

El hombre en cuestión giró a mirarla con una ligera sonrisa.

—Sí. Es mi pareja —pareció confirmar más para sí mismo que para la chica que sostenía el micrófono. Sin preguntar, la tomó de la mano con cierta fuerza.

¿Qué podría salir mal si ayudaba a un multimillonario? ¿Y si estuviera casado? Bueno, evidentemente esa posibilidad estaba descartada. Nadie saludaría a su amante en televisión nacional.

No podía ser.

Volvió a ver ese micrófono. Sí. Era el logo.

Tropezó contra el hombro del joven, pálida. Casi se desmaya.

¡Televisión nacional! Qué terrible manera de quedar en evidencia y meter la pata.

Se aclaró la garganta y se puso derecha dando su más flamante sonrisa. Rio nerviosa como una novia enamorada y se acomodó el cabello hacia un costado.

—Dios. Qué vergüenza. Había querido prepararle un desayuno —explicó abrazándose al brazo del desconocido.

La entrevistadora asintió frunciendo un poco el ceño.

—Interesante ¿Y tú eres…? —respondió. Ella tendría en primera plana la noticia. Estaba contentísima tan solo con enfocar.

Damián volvió a mirarla y a su brazo.

—¿Eso es sangre? ¿Estás herida?

Bajó la mirada. El uniforme blanco de chef tenía un pequeño tajo y gran parte de esa sección estaba teñida de un rojo imposible de disimular.

—No me había dado cuenta —admitió.

—Creo que es hora de terminar la entrevista —tuvo la osadía de decir el castaño—. Siéntate aquí amor. Ya vengo.

Técnicamente la arrastró hacia una de las sillas de la isla de la cocina y luego sacó a rastras a la otra señorita.

Debió escapar.

Estuvo más de cinco minutos esperándolo, al mismo tiempo que una parte dentro de ella le gritaba que tenía que irse, entrar a algún cuarto, robar unas cuantas joyas y no volver a pasar nunca en su vida por ahí.

Se sacó el fastidioso uniforme, pues ya estaba roto y no le cabía duda de que como ese había otros cinco iguales guardados de repuesto. Había vivido mucho tiempo en una casa de esa índole. Salvo que nunca tan grande como en la que estaba.

Rompió la parte que estaba cortada y con toda la tranquilidad del mundo se realizó un torniquete para evitar seguir desangrándose. El más pequeño empujón podía tirarla al suelo. No quería adivinar lo que pasaría si no detenía la hemorragia.

Algo le decía que podía llegar a tener una buena recompensa por la absurda farsa que habían cometido ambos frente a todo el país. Incluso pudo haber contratado una actriz para eso, pero al parecer el millonario no tenía planeado hacer lo que hizo. Él mismo parecía estar a punto de desmayarse luego de abrir la boca.

Estaba decidida, sí. Se había sacado la lotería sin siquiera intentarlo. Podía chantajearlo el tiempo que la mentira llegara a durar. Además, sabía que había una razón por la que la utilizó de excusa y pensaba aprovecharla.

La puerta se abrió de golpe. Tragó saliva. Sí. Tenía que explicar qué estaba haciendo en la casa.

El hombre alto, castaño, de buen porte, la miraba fijamente. Cerró la puerta detrás de él y se cruzó de brazos.

—¿Puedo saber por qué estás en este lugar?

Parpadeó. ¿De verdad le estaba preguntando algo como aquello?

—Eh... Soy amiga del chef. Él está enfermo y vine a...

—Hace cinco minutos que Dexter me escribió diciendo que está por venir.

—¿En serio? Vaya, entonces mejoró y...

—No. Nadie viene a esta hora. Deberías saberlo ya. —Siguió observándola con ese enojo incomprensible.

Entrecerró los ojos mirándolo.

—Si tanto te molesta que esté aquí ¿Por qué le dijiste a todo el país que soy tu novia?

—Quería evitar un escándalo como que una ladrona se metió a mi casa y ni siquiera pudo pasar desapercibida. Voy a preguntártelo una vez más, Ciabel ¿Qué estás haciendo aquí? —inquirió lentamente.

Su corazón dio un vuelco. Ese extraño sabía su nombre y ella ni siquiera podía recordar de quién se trataba ese ser humano que le estaba hablando. ¿De dónde la conocía? ¿Puede ser...? Ay, no.

Si era uno de los amigos de su ex, tenía que salir corriendo, pero ya.

—¿Cómo sabes mi nombre? —preguntó sin aguantar—¿Conoces a mi ex?

El tipo arrugó la frente.

—¿Y a mí por qué me importaría tu ex?

—Porque sabes mi nombre —dijo obvia.

Él soltó una risa baja. Tomó aire para armarse de paciencia y entonces se percató de la apariencia de la mujer que por muchos años se había esmerado en odiar.

—Estás destruida —susurró—¿Qué pasó contigo?

Parpadeó. Eso había sido un golpe muy bajo. Se aguantó el sabor amargo de esa pregunta con la barbilla levantada.

—No sé quién eres, pero será mejor que hables antes de que me vaya corriendo.

Sonrió divertido.

—¿Y por dónde?

—Por la puerta —respondió segura de sí.

Desafiante, Damián se apoyó contra la entrada evitando así la posibilidad de un escape.

La intrusa no se inmutó, sino que lo vio fijamente y luego le dedicó una sonrisa de costado. Bastó con estirar el brazo hacia atrás para sacar una cuchilla grande y filosa.

Abrió los ojos más de la cuenta.

—No queremos un homicidio en primera plana.

—Estás loca.

Asintió.

—No cualquiera se mete en una casa desconocida —le contestó divertida por ver su palidez. Jamás mataría a nadie, mas sí podía disfrutar de dar un buen susto.

Por más arriesgado que fuera tentar su suerte frente a un hombre desconocido que podía reaccionar de cualquier manera.

Por lo que estaba observando, el peligro parecía ser más bien ella misma.

—Si no te vas ahora mismo y prometes no volver a pisar este terreno, llamaré a la policía. Puedo dejarte encerrada aquí hasta que vengan.

Soltó una risa baja.

—Claro —dijo irónica—. Porque amarás que a tu supuesta novia se la lleven a la comisaría. No eres un novio muy amoroso, si soy sincera.

—Pueden hacerlo discretamente y nadie tendría por qué enterarse.

Bufó.

—Así no funcionan los rumores. Tarde o temprano, todos sabrán. ¿Y cuando vuelvan a preguntar?

—Diré que terminamos.

Ah. Este sujeto era más inteligente que el resto de los hombres que había conocido últimamente.

Abrió la boca en un intento de decir algo. Luego la cerró.

Le sirvió la oportunidad para escapar en bandeja de plata sin una razón aparentemente lógica. Debía irse. Estaba con un pie en la salida. No obstante, por alguna razón, no tenía deseos de tal cosa. Quería más. Su bebé lo necesitaba.

—¿De dónde me conoces? —volvió a preguntar. Estaba empezando a ver borroso y eso no era una buena señal.

La observó fijamente. Todo ese tiempo envuelto en un infierno del que por poco no sale, por su culpa, y ni siquiera era capaz de acordarse.

Sabía que tenía que sacarla de su casa tan rápido como era posible, puesto que esa clase de persona nunca traía nada bueno. Debía echarla.

En cambio, lo que estaba haciendo era observar como a un espécimen raro y salvaje.

Así se veía. Estaba demasiado delgada, despeinada, herida y golpeada. ¿Eso es lo que había pasado con la que fue la reina de su secundaria? ¿Así terminaba la vida de glamour que tanto había presumido en ese entonces?

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