Casi todas las mañanas de Damián eran de la misma forma: interesantes. Esto se debía a una sola persona: Demian, un niño criado por Clarissa y él, lleno de vitalidad y energía, curiosidad y amabilidad. Era introvertido, pero no tenía miedo de comunicarse con los demás, todo un caso que los hacía sentirse orgullosos de la persona que estaban ayudando a formar.
Había plenitud en la vida de ambos, incluso aunque ninguno de los dos estuviera enamorado del otro. Se amaban de una forma distinta, más amistosa que romántica y eso estaba bien.
Se formó una familia peculiar, pero funcionaban bien el uno con el otro. Eso tenía que bastar para lograr lo suficiente. Sentían que pertenecían a un hogar y eso ya era demasiado.
Durante esos cinco años Ciabel era la última persona en la que pensaba a la hora de dormir y la primera al despertar.
Volver a verla era un acto egoísta, así que había respetado la distancia que la pelinegra puso tiempo atrás. La entendía, no quería herirla ni hacerla llorar,