Juan había estado esperando en la oficina a que Estrella viniera a disculparse y ceder, hasta que, al final de la jornada, Diana le contó que había invitado a los empleados de la empresa a cenar. Furioso, condujo inmediatamente hasta allí y justo alcanzó a escuchar que ella hablaba de renunciar, lo que encendió en él una ira inexplicable.
Estrella se dio la vuelta para encontrarse con los ojos inyectados en sangre de Juan, quien tenía detrás a Diana con su vestido blanco y su semblante siempre frágil.
Con frialdad, respondió:
—Sí, voy a renunciar. Ya he terminado los proyectos pendientes, mañana haré el traspaso con el señor Quiroz.
Juan apretó inconscientemente su agarre:
—¡¿Quién te ha dado permiso para irte?! ¡No lo aprobaré!
Estrella, sintiendo dolor en la muñeca, frunció el ceño:
—¡Suéltame!
Diana, al escuchar que Estrella quería renunciar, en realidad estaba encantada. No deseaba otra cosa que verla marcharse para poder acercarse más al señor Quiroz. Pero también quería saber si