Rápidamente se dio la vuelta y miró al hombre que había aparecido tras ella:

—Tío, ¿qué hace usted aquí?

Daniel, observando sus ojos enrojecidos por el llanto, preguntó con voz grave:

—¿Quién te ha lastimado?

—Nadie, solo me entró algo en el ojo.

Estrella explicó apresuradamente mientras intentaba secarse las lágrimas. Al levantar la mano, tiró de su herida, lo que le provocó un dolor agudo.

Diana le había apretado intencionadamente la herida, abriendo de nuevo la que ya estaba vendada.

Apareció ante ella una mano con un pañuelo. Daniel ya estaba frente a ella, con las puntas de sus zapatos casi tocando los suyos, secándole suavemente las lágrimas del rostro.

Estrella sintió que su corazón se tensaba y su cuerpo se puso rígido. La distancia entre ellos era demasiado corta, tanto que podía percibir claramente el fresco aroma a pino que emanaba de él.

El gesto de secarle las lágrimas también resultaba demasiado íntimo.

—Tío, puedo hacerlo yo misma.

Estrella retrocedió un paso e intentó t