Veinte minutos después, el auto de Daniel se detuvo frente a la casa de Marcela.
Una serie de villas independientes con un diseño que combinaba lo moderno y lo clásico, discretas pero con gran distinción.
Estrella se bajó del auto y no pudo evitar apretar con fuerza su bolso.
Aún no podía controlar los nervios.
Daniel sacó los regalos de la cajuela y al ver a Estrella parada inmóvil, con el cuerpo tenso, sus ojos brillaron ligeramente y se acercó a ella.
—¿Tienes miedo?
Estrella se mordió el labio y negó con la cabeza:
—No, vamos.
Al entrar al patio, Estrella oyó el piano. La música la envolvió como una brisa fresca y todo lo demás desapareció: las preocupaciones, el ruido del mundo. Solo existía esa melodía que llenaba el jardín con su tristeza. Poco a poco, las notas cambiaron, como si el sol atravesara las nubes, y todo volvió a la calma.
La música se detuvo.
Estrella volvió en sí y vio a la mujer que había terminado de tocar sentada bajo el pabellón del jardín. Caminó lentamente ha