La bufanda carísima que traía puesta también tenía varias pisadas marcadas.
Toda su pinta estaba hecha un desastre.
Después de que los guardaespaldas la ayudaron a ponerse de pie, se quedó un buen rato tratando de recuperarse.
La última vez, en el hospital de Blancheva, solo le dije unas cuantas palabras fuertes y ya no pudo con eso.
Ahora que la golpeé de verdad, se volvió loca.
—¡Esmeralda, vas a ver! Juro por Dios que si no hago que te mueras, ¡entonces yo misma me mato!
No entiendo de dónde sacaba el descaro para decir eso.
Yo solo había hablado mal de ella, y con eso le bastó para mandar a mi abuela a terapia intensiva. ¿Se supone que yo debía tenerle miedo y rogarle de rodillas que me perdonara?
¿Con qué cara se atreve?
¿Quién soy yo? ¿Qué importancia tengo?
Una cualquiera, y me le fui encima. ¡Le pegué!
¡Yo, Esmeralda, le pegué!
Fiorella estaba tan fuera de sí que sus ojos parecían salidos del infierno. Me miraba como si quisiera arrancarme la piel.
Pero antes de que pudiera mov